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seguimos creyendo marchar por nuestro camino. Decidimos pernoctar en un palenque abandonado y casi en ruinas, y después de una noche llena de intranquilidad, emprendimos nuestra marcha al rayar el alba, después de haber resuelto seguir aquella calzada hasta donde nos llevara.
Hacia las cuatro de la tarde llegamos una especie de redondel plaza perfectamente empedrada. Los gigantescos árboles de la montaña habían sido cortados como un pie del suelo y formaban unos modo de asientos, que rodeaban un enorme monolito de figura plana y rectangular cubierto de raros geroglíficos.
Decidimos descansar allí y, poco buscar, encontramos dos grandes y amplios palenques semiocultos por el boscaje y que en nada semejaban los que habitan los indios, pues estaban cerrados por tres lados quedando abierto solamente el que miraba al oriente. Penetramos en ellos y vimos multitud de ídolos monumentales, la mayor parte representando varones en pie y algunos otros, mujeres acuchilladas en posiciones candorosamente indecentes. Uno entre ellos llamó nuestra atención por la expresión tétrica de su fisonomía que parecía reflejar al mismo tiempo el dolor y el espanto. sus pies estaba arrollada una enorme víbora de obsidiana representando un crótalus hórridus sea una serpiente de cascabel tan bien esculpida que parecía que al menor ruido iba moverse. La examinamos con temor y curiosidad no pudiendo explicarnos cómo habían logrado aquellos indios ignorantes imitar tan bien la naturaleza, y pensamos que cuando emprendiéramos la marcha nos la llevaríamos como Eduardo Strauss, una verdadera curiosidad.
notable musico alemán. Mejor rompámosla, dijo Ocampo, estos bichos siempre me causan horror y creo que si alguna vez me encontrara frente a frente de uno de ellos, sería incapaz de defenderme!
Pero yo me opuse ello. Cuánto me pesó después. Cómo recordé sus palabras. Pero no adelantaré los hechos. En el centro del mayor de dichos palenques había una piedra exagonal de grandes dimensiones y curiosamente labrada con figuras geométricas inscritas las unas dentro de las otras. Multitud de objetos de barro cocido en forma de ollas, vasos, jarrones y animales yacían sembrados al azar al rededor de los ídolos y contenían semillas, piedrezuelas azuladas, cascabeles y cenizas.
1847

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