Guardar

Después que hubimos pasado una revista general, nos sentamos a descansar y comer y como llegara la noche, nos acomodamos sobre la gran piedra exagonal durmiendo a los pocos momentos con la pesadez de quienes han caminado mucho y por malos caminos. Cuánto duró nuestro sueño. No lo sé, pues cuando desperté estábamos perfectamente amarrados con cuerdas finas y suaves pero de una resistencia prueba de rotura. Un centenar de indios de ambos sexos completamente desnudos nos rodeaban en silencio mientras otros iluminaban la escena con hachones de ramas resinosas de un olor agradable y penetrante. poco apartáronse con respeto y un anciano venerable, cubiertas las carnes con infinidad de objetos de oro y una corona de plumas en los blancos cabellos, se acercó lentamente al lugar donde estábamos y mientras nos miraba fijamente y con semblante triste y severo, los demás indios se prosternaron boca abajo.
Casa shinti (extranjeros) prorrumpió el anciano una mala estrella os guió este lugar sagrado, desconocido de todos vuestros semejantes.
Oronca (el diablo) os cegó y extravió vuestra senda trayéndoos al seno de esta comunión de la que no podéis, no debéis salir nunca más. La muerte se encargará de sellar sobre vuestros labios el secreto de este sagrado lugar. Aúla. úla. Así sea: así sea. aprobaron en coro los demás indios. Casa caja. anciano. dije cuando se hubo apagado el último sonido de aquel fatal amén. Por qué nos condenas muerte. Qué delito hemos cometido. Hemos acaso profanado vuestro templo ni vuestros tocú (dioses. El azar nos trajo aquí y estamos bajo el techo de vuestro templo y somos sagrados para vosotros. Si tocáis uno sólo de nuestros cabellos caeréis en poder de Oronca (el diablo) que os llevará al paitóron caſi ti (infierno. Tienes razón, contesto sombriamente nuestro interlocutor, ignoraba que conocieras tan bien nuestra lengua y nuestros ritos y costumbres, pero, por lo mismo, no debes ignorar que debéis ser sometidos a las pruebas y que no podéis salir del templo antes de haber sacrificado al gran Toji (Sol. Aula! Aúla! úla! corearon los indios.
Retiróse el anciano y permanecimos custodiados el resto de esa noche y todo el siguiente día, en que, las doce de la noche, volvió a reunirse gran cantidad de gente. Entre ellos había unos veinte personajes llenos de dijes y plumas y que eran los ayudantes del gran sacerdote del Sol, aquel anciano triste y sombrío que presidía la ceremonia.
Principió ésta con un cántico monótono interpolado de numerosos jaúla! Luego subió el anciano sobre la gran piedra central, recogióse por un momento y después de una invocación en lengua antigua ininteligible trazó un círculo con una varilla de oro sobre la piedra.
Un silencio sepulcral reinó en el palenque y todas las antorchas fueron arrojadas al suelo y apagadas. La negregura de la noche nos cubrió con su frío manto. Poco a poco y semejando al principio un ligerísimo vapor, surgió de aquella gran piedra una luz fosforescente que fué aumentando paulatinamente hasta permitir, por último, distinguir con entera claridad los objetos y personas.
Lo que sigue es difícil de creer, pero yo lo presencié y lo atestiguo.
Seguían las interminables estrofas de aquel canto lento y cadencioso, subiendo en intensidad hasta parecer veces el rugido del trueno y otras tan blando y suave como el susurro de ligerísima brisa en la arboleda, y el eterno aúlal aúla! marcaba el ritmo de aquella espantosa melopea.

    Death Sentence
    Notas

    Este documento no posee notas.