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El anciano seguía en pie, erecto y con gesto hierático, en el centro de la piedra central, iluminado por aquella claridad misteriosa que hacía brillar con extraño fulgor los triángulos, círculos y heptágonos circunscritos y ponía una luz salvaje en los ojos opalescentes de aquellos ídolos monstruosos. Extranjeros, dijo con voz solemne el anciano, vais presenciar un espectáculo que ninguno de los vuestros ha visto jamás. Si salís ilesos de las pruebas sagradas, seréis nuestros hermanos, y si no, que Toji os ayude.
Agitó su aurea varilla trazando en el aire misteriosos signos y silbando al propio tiempo. De los pies del mayor de los ídolos vi desenroscarse lentamente la serpiente de piedra, estirarse, retorcerse, desperezarse y ponerse en camino hacia el anciano. Llegó despacio sus piés y seguía con las ondulaciones de su repulsivo cuerpo los movimientos de la mágica varita. Tala colú. muerde. gritó el encantador. El horrendo reptil se volvió vivemente y se lanzó sobre Ocampo. Este, subyugado por sus magnéticas miradas, no se movió ni intento defenderse. La víbora lo contempló un instante y luego, abriendo la enorme boca y sonando sus siniestros cascabeles se arrojó sobre su víctima, mordiéndola repetidas veces en el cuello.
Quise acudir en su auxilio, pero el horror del espectáculo me tenía como clavado en el suelo. Ocampo se estremeció y sin proferir ni una queja cayó boca abajo, rígido. Sonaron los cascabeles del reptil y vi, sí, vi los enormes ídolos sonreir satisfechos mientras sus ojos reverberaban con malignidad satánica. Pai tota. Ha muerto. exclamó el anciano. Tala colú. Muerde. Revolvióse la víbora contra mí y vi sus fauces abiertas, su lengua ahorquillada amenazándome y sus finos colmillos listos morder. Comprendí que sólo mi sangre fría podría salvarme, si había salvación posible, y recordando mis experiencias sobre magnetismo animal fijé mis ojos con tenacidad desesperada en los de mi enemigo.
Contrajose visiblemente el animal y sus cascabeles vibraron irritadamente. Sostuve mi mirada y reconcentré mi fuerza de voluntad, y quedamos mirándonos con fijeza espantable. Cuánto tiempo duró aquella lucha?
Lo ignoro, fueron tal vez segundos, tal vez horas; no lo sé.
Poco a poco fué recogiéndose la víbora y, subyugada por fin, se aplanó en el suelo en el mismo instante en que falto de fuerzas y energía, caía yo sin sentido.
Varios días después, cuando recuperé mis sentidos estaba en el rancho de unos huleros que me dijeron haberme encontrado como muerto en lo más espeso de una montaña. Mis cabellos habían blanqueado.
Inútiles fueron nuestras pesquisas investigaciones para encontrar los palenques, los ídolos y el cadáver de mi compañero. si tenéis la curiosidad de mirar bien en mis ojos, veréis en ambas pupilas la imagen de una vibora de cascabel, de color verde, del color de la obsidiana.
Cuando he preguntado los indios guatusos por los palenques y por el anciano, me miran con terror y no contestan.
Así terminó su narración Joaquín, y como ya era tarde y nuestros puros se habían concluído, regresamos profundamente impresionados a nuestras casas.
San José, Oct. 1906, LEÓN FERNÁNDEZ GUARDIA 184)

    León Fernández Guardia
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