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píritu en formación. La biblioteca en proyecto llevaría el nombre de Ariel, el geniecillo inteligente y vivaracho que el buen Shakespeare lanza por entre las brumas de La tempestad, como un rayo de luz, juguetón y alegre, que se escurre por entre las sombras y se burla de ellas. Ariel simboliza. dice el distinguido editor, la conducta generosa, la vida elevada y espiritual del hombre. Con Ariel está la fuerza y su triunfo será el triunfo del pensamiento. Hé aqui el sencillo tema de Ariel: hagamos reflexionar las gentes. Estas nobles palabras dicen muy alto el propósito por todo extremo laudable que guía al editor en la empresa por el acometida y ya realizada. Porque en estos días ha comparecido, en efecto, el primer volumen de la biblioteca en cierne: es un fascículo de treinta y dos páginas, editado con nitidez escrupulosa en la imprenta de Alsina, cuya habilidad en el arte tipográfico no hay nuncr reparo alguno que hacer.
Cada fascículo vale diez céntimos: una nonada, como quien dice. El material del primer número es éste: José Enrique Rodó. El entusiasmo y la esperanza en la juventud, León Frapie. Mistigris; Victor Recamonde. El árbol: David Livingstone. Descubrimiento de la catarata de Victoria. Eliseo Reclus. El mandil de Kaneh. Obreros y escolares. Asociación del hombre y el animal.
Las lecturas cuyos títulos anteceden permiten declarar con satisfacción que el señor García Monge cumple honradamente su generoso propósito; si: esas lecturas hablan el lenguaje de la verdad y de la ciencia al espíritu de los jóvenes, pero en ellas lo que más vale y puede, mi vei, es el estímulo delicado con que despierta y pone en marcha los sentimientos altruístas hacia un ideal que abre sus alas en el horizonte lejano, como para cubrir y proteger con ellas toda la humanidad. En su loable empeño, el señor García Monge no se contenta con difundir noticias útiles por entre las capas sociales: él quiere también, y sobre todo, que la juventud, guiada por el amor, se mueva y obre a impulsos del bien. Porque él sabe que el amor altruísta es el origen de todo lo bueno en que la humanidad se complace. La tarea del señor García Monge es, por lo tanto, tarea de ilustración y concordia; su camino no estará empedrado con las piedras del odio; en su campamento hay lugar sobrado para todos los espíritus que sienten necesidad de cultura, y para ingresar en él, eso más, tampoco se les exige los jóvenes abdicar su pensamiento en las aras de un idolo que, en cambio, se encargaría de pensar por ellos. No: la tarea del distinguido profesor es absolutamente desinteresada: por eso la juventud estudiosa ha consumido en pocos días la edición de 800 ejemplares correspondientes al primer volumen.
Alberto La terrible segadora de vidas suele esgrimir su guadaña con el González desdén empedernido de que hacen gala los seres en cuya naturaleza se ha atrofiado el órgano del sentir; pero en ocasiones, Ramírez muy raras, sin duda, ella parece obrar movida por un sentimiento de compasión. Un caso de estos últimos acaba de ocurrir con Alberto González Ramírez; si: la muerte lo liberto de los padecimientos a que una enfermedad cruel lo tenia condenado. Este héroe del trabajo estaba, efectivamente, reducido a la impotencia por una enfermedad que maneataba y torturaba sus miembros; la muerte llegó ahora, por fin; pero la patria había perdido hacía tiempo al valiente trabajador, que contaba apenas cuarenta y tres años de edad. González Ramírez deja la señal de su acción tan inteligente como laboriosa 1867
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