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¿Para qué citar nuestros proceres si todos llevamos impresos sus nombres en nuestras almas? parécenos escuchar desde las alturas la voz de aliento y de bendición con que ellos invocan, para nosotros, el mismo espíritu patriótico que diera vida, en el concierto de los pueblos cultos, a Centro América libre independiente, que surgió como la Eva del Paraíso, llevando sobre su cabeza la inmarcesible aureola de los pueblos redimidos.
Necesitaríamos que se nos atrofiase la memoria y que perdiésemos el uso del divino idioma castellano, como lo llamó Víctor Hugo, para poder olvidarnos de España. Si cometió en América trascendentales errores, no fueron solamente suyos; los vemos cometidos, más graves a ún. por otras naciones colonizadoras, En las postrimerías del pasado siglo y en el presente hay países que justamente han merecido enérgicas censuras por sus inicuas exacciones y su conducta infame en nombre de la civilización y del progreso.
Sin odios por nuestros antiguos dominadores, al memorar nuestra entrada a la vida autónoma, saludamos España como nuestra madre cordialmente querida; sus glorias son nuestras y sus desgracias nos conmueven como miembros separados de la que en otro tiempo fué una sola y poderosa familia.
Los vínculos de la sangre y del idioma establecen solidaridad indestructible que jamás podrá romperse, como no se rompe el engarce del hilo de oro, por más que las perlas, unidas en otro tiempo por el amor, después se vean disgregadas para formar collares más ricos y de matices seductores.
La Historia. dice el americano Rufino José Cuervo tiene ya dado su fallo y en su tribunal oprimidos y opresores han llevado su merecido; rotas ya las antiguas ataduras unas y otras son hermanas, trabajadoras de consuno en la obra de mejorarse impuesta por el Hacedor Supremo.
En el templo de la gloria reposan los nombres de los héroes de la independencia americana a pareados con los de Guzmán, Padilla, Palafox y Castaño y todos proclaman al mundo que en su raza son ingénitos la sed de libertad y el esfuerzo para conquistarla.
Nuestros proceres no perecerán jamás en el olvido: en sus tumbas resplandecen destellos de inmortalidad, porque nos legaron el bien más estimable para los individuos y para las nacionalidades.
La gratitud, esa emanación del cielo, justo será que la llevemos en nuestros corazones los centroamericanos; y ¿qué mejor medio de corresponder a la meritoria labor de aquellos próceres, que continuar el camino que ellos recorrieron sobre la tierra, inspirándonos en sus altas virtudes y en el fin que santificaron hasta con el sacrificio de su vida?
Federico Sáenz de Tejada 1887

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