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Ante el éxito, siempre creciente de los diarios ilustrados, siempre más numerosos, era evidente que el público tuviera una predilección muy marcada por los grabados. No bastan los museos para llenar esta necesidad; por otra parte, el desorden es oneroso en nuestra época americanizada en que el time is money está muy de moda como allá abajo; los salones anuales? Sí, sin duda, pero aquéllo cuesta todavía. El espectáculo de la calle? No queda tiempo de detenerse con esos endiablados de Antos, con esos satánicos de Motos. Había, pues, una necesidad insaciable. bien, no somos todos grandes niños que apetecemos hojear los álbumes en que desfilan los hechos principales, salientes de las actualidades, ya sean estas actualidades las mismas de ayer, de anteayer, que las que datan de quince, veinte cincuenta años más?
La tarjeta postal, con la perfección de la impresión moderna, con el progreso de la fototipia, del grabado, de la fotolitia, con su forma reducida y elegan te, debía sugerir el ideal de la ilustración, el lindo cuadrillo que se conserva, la historia del dia, y, en efecto, se ha rodeado de infinidad de adeptos.
Es preciso convenir, por ser lo justo, en que los comienzos fueron poco brillantes en el nuevo camino: la tarjeta postal ilustrada fue, poco más mnenos, gan fea como el papel de carta floreado y con orlas, sobre el cual los mocozuelos ta rrapateaban las tradicionales promesas de año nuevo, probablemente para dei mostrar la ingenua sinceridad de su alma. Tuvimos que sufrir una horrorosa avalancha de rosas de pétalos condensados, de margaritas tiesas como zinc, de miosotis recortados con sacabocado; y como si esto no fuera suficiente, la buena y pensadora Alemania nos abrumó con composiciones pastoriles en que Luis XV se mezclaba con las rudimentarias decoraciones de los fabricantes de juguetes de la Forêt Noire; en resumen, fué un solemne disparate para hacer rechinar los dientes de una Pandora de un pertiguero.
Pero, poco a poco, el arte de la tarjeta postal se fué refinando: graciosas imágenes pasaban rápidamente seduciendo los lacayuelos y la pueril imaginación fresca de los escolares: delicados perfiles de mujeres miran el encanto de sus ojos entre el oro de las elegantes y frágiles sinuosidades del estilo moderno. que hacía el publico? Con una bendita gracia embelesadora, se entusiasmaba: el impulso estaba dado, la tarjeta postal artistica se había creado.
Por otra parte, no tenemos maestros incomparables en la litografia moderna: no tenemos el prestigioso colorista que es Cheret: no tenemos ese grabador adorable que es Villette. Cómo asombrarse aqui del triunfo universal que obtiene la tarjeta postal: cómo asombrarse también de que ella haya alcanzado, desde un principio, las cimas de la belleza, para ser absolutamente justos, de la gracia: Después, la Administración de Correos y Telégrafos, por esta vez, esabe usted. estuvo bien inspirada al reemplazar a la fria Mariana que hacia equilibrios sobre el mapa mundi, por el lindo timbre elegante en que los graciles Amores enseñan su limpia desnudez.
Al lado de la tarjeta postal ilustrada, vimos luego aparecer las vistas panorámicas, pintorescas, curiosas en todo sentido: todos los pueblos de Francia y del extranjero, la pequeñita isba rusa y la más estéril aldea dahomesa fueron fotografiadas; todos los sitios, todos los caudales de agua, todas las montañas fueron fijados sobre la placa sensible y todos los monumentos adornaron el cartoncillo de la Administración postal.
1890

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