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En vano, en vano palpita mi corazón al dejarte: es preciso para amarte virtud y gloria tener.
Si cobarde me creyeras me despreciaras. villano más que recibir tu mano yo la quiero merecer.
No nos parece Julio Arboleda, como poeta, la altura de Caro y de Gutiérrez, porque ni su pensamiento es tan profundo como el del primero ni tan vigorosa su estrofa, ni tuvo jamás el encanto y el lujo de los versos de Gregorio. Tie ne, es cierto, admirables períodos, sobre todo en el Gonzalo de Oyón, que salvan esa obra, por otra parte, de combinación métrica tan fastidiosa. Cuando juntamos aquí estos tres nombres lo hacemos porque jeneralmente se dice, al hablar de nuestros grandes poetas: Caro, Arboleda, Gutiérrez González.
El amor de Gregorio por Julia es tranquilo. lleno de mutua confianza, y aparece en sus versos sin alternativas, sin zozobras. Desde la primera composición de 1850, Juntos tú y yo vinimos a la vida, llena tú de hermosura y yo de amor; tí vencido yo, tú mi vencida, nos hallamos por fin juntos los dos! tu mano en mi mano, paso paso.
marchamos con descuido, al porvenir, sin temor de mirar al triste ocaso donde tendrá nuestra ventura fin.
hasta los últimos días de 1869, tres años antes de su muerte: Asi te dije. Oh Dios. quién creería que no hiciera milagros el amor!
Cuántos años pasaron, vida mía, y, excepto nuestro amor, todo pasó!
Basta para una vida haberte amado; ya he llenado con esto mi misión.
He dudado de todo. he vacilado, mas solo incontrastable hallé mi amor Mas, de la vida en la penosa lucha, ya en el fin, como yo, debes hallar un consuelo supremo: Julia, escucha: si no como antes, nos amamos más.
Lo contrario sucede en la pasión inmortal de Caro por Delina. El la cuenta, con una sencillez admirable, en sus preciosas cartas íntimas, escritas desde los Estados Unidos; la describe minuto por minuto, hora por hora, en sus versos que pueden llamarse suculentos, porque mantienen el entendimiento. En país extranjero Caro vivía como solo: como el que tiene los ojos empañados con una tela: esta tela que los empañaba era mi amor y tu memoria, dice su esposa en una carta escrita en diciembre de 1850: Volvía ver la tarde en que por primera vez te conocí, cuando por primera vez oí tu voz tan dulce en el balcón, cuando se me obligó que entrara. y yo deseaba entrar, y sin embargo entré temblando, porque esa voz tan dulce, esa voz que oía entonces por la primera vez, lo había dicho todo mi corazón! Volvía a estar en aquella misma sala cubierta de colgaduras amarillas, cuando por la primera vez me senté tu lado, cuando yo, pobre miope desde mi infancia, pude ver tu figura radiante cerca de mí. Sí, volvía a verte tal cual eras entonces, cuando comprendí todo lo que valía tu amor; cuando, timido adolescente, estudiante que ignoraba el arte de hacerse amar, hubiera dado mi sangre por poseer una varilla mágica que, al tocar7929
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