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. Para qué sirve Chicago. Chicago sirve para transformar la carne viva en carne de conservas En Chicago, dice enérgicamente Mr. de Roussiers. cuando la carne prospera todo prospera, si tenéis un corazón fuerte entrad en el Packing House; recorred sus muros ennegrecidos por el humo, atravesad las vías férreas, sus caminos, sus parques, sus fábricas accesorias en donde se construyen toneles y cajas de latón, sus oficinas que rodean sus mataderos. De todas partes os vendrá ese olor soso de cocina, de establo, de matanza.
Mr. Jules Huret en su viaje por América ya nos había precisado de manera admirable sus impresiones sobre esa ciudad de sangre. Mr. Sinclair nos ofrece, en compañía del héroe de su novela, el polaco Jorge Rudkus, la ilusión de una visita Chicago.
Rudkus es un hermoso ejemplar de la raza humana, capaz de cargar sobre sus hombros la cuarta parte de un buey y de llevarlo un camión como si tal cosa no fuera. Es un habitante de Chicago que vive con su esposa Ona y su hijo Anastasio en una pequeña casa. Ese ciudadano americano no nació en la libre tierra de América sino que como muchos de los compatriotas de un Roosevelt vino desde muy lejos buscar fortuna al país de trusts. Su padre era un campesino de Lituania. En medio de las banalidades gigantezcas de Chicago Rudkus recuerda su pequeña casita de madera perdida allá en medio de las montañas lituanas.
Puédase que lo mismo que en todas partes se proclame hoy en Lituania la superioridad anglo sajona que predican los profesores de energía. Lo cierto es que Rudkus y once de sus compatriotas decidieron un día abandonar el suelo de la cansada y vieja Europa para admirar las maravillas americanas. Ya les habían dicho que en América los dólares se cosechaban por cantidades enormes, que todos los ciudadanos americanos eran libres, que todos tienen baños y caloríferos discreción y que en fin, entran y salen como desean casa del presidente de su poderosa república. Esas diferentes ventajas fueron tan apreciadas por Rudkus y su preciosa novia Ona Lukoszaite que no dudaron en abandonar la tierra natal y despedirse del viejo Pope, quien hasta entonces les había predicado la resignación en los oscuros destinos de la providencia.
Es gracias a esa resolución que Rudkus se halla hoy en el país que los filósofos nietzchenos nos representan como la tierra clásica de la Fuerza, de la Voluntad y del Poder. pesar de todas las ventajas ilusiones con que soñaban antes de su salida de Europa, la América no era el país soñado y en medio del bullicio de la gran ciudad, en medio de la agitación de un trabajo intenso, Rudkus y sus compañeros vivían sus horas ausentes, transportados allá al país de inmensas llanuras, poblado de pinos y abedules.
Para vivir esas horas de dulce recuerdo escogían los domingos otros días que la ley americana prescribe que se guarden. Entonces, Jorge Rudkus, su mujer Ona y algunos de sus compatriotas que comenzaban a arrepentirse de haber cedido tan facilmente al miraje del oro, pensaban en su país y se entretenían recordando su vida tan en oposición la bulliciosa y agitada de Chicago, Sus reuniones tenían lugar en un cafetin de uno de sus compatriotas, situado orillas de los monstruosos mataderos donde imaginaban ver su país sobre todo, cuando un viejo músico, su compatriota Tamoszius Kuleiska, viene a tocarles algún valse pasionado, el que bailan, entreviendo en sueños al rededor de sus isbas coloreadas, los pequeños riachuelos en que durante las noches estrelladas se reflejan los pinos, álamos y abedules. Deliciosa ilusión, sueño encantador. La graciosa Ona cierra los ojos recostada sobre las espaldas de su marido para entregarse más voluptuosamente a las delicias de ese miraje. Los tilos son y ei citiso embalsama. Una nube que flota en el azul pálido da claridades blanquecinas y rosadas la superficie de los estanques donde van beber los rebaños. Hay tapices de breces y de muzgos la sombra de los abetos. El valse de Lituania es tan suave que se diría que los valsadores como en el Assia de Turguenief sienten que les van salir alas. El ritmo se acelera, El arco se exalta como en un paroxismo de pasión, hace vibrar el alma sonora del violín en flor 1935
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