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a suerte que habían corrido los suyos se retrataba claramente en aquellos semblantes demudados por el terror.
Los que tenían deudos, padres, hermanos, parientes, amigos, corrían desatinados de un lado para otro en busca de aquellos que se les habían separado en aquel tremendo instante. muchos vimos precipitarse valientemente sobre los escombros y allí poníanse trabajar con un empeño y una angustia tales que inspiraban una compasión profunda.
Apenas trascurridos unos cuantos minutos, en medio del silencio que sucedió al ruido estrepitoso que hacían los edificios al caer, se sentían por doquiera gritos desgarradores.
Al espanto, al indescriptible terror. sucedían el llanto, el arrebato de dolor y de angusRuinas del Teatro Victoria tia.
Un cuarto de hora después del terremoto, veinte grandes fogatas aparecieron en diversos puntos de la ciudad y daban a comprender que el incendio amenazaba a consumir en sus llamas los pocos edificios que habían resistido a la catástrofe.
Poco a poco esas fogatas fueron haciéndose más más grandes y una hora más tarde otras tantas luminarias gigantescas iluminaban el puerto en toda su extensión.
Los bomberos, no obstante las inmensas proporciones de los incendios, trataron al principio de detener sus avances, pero tropezaron con el inconveniente insuperable de los escombros y de la falta de agua.
Fué necesario abandonar esta idea y dirigir los esfuerzos ha Ruinas de la Iglesia de la Merced cia otro objeto, la salvación de las innumerables víctimas que yacían entre los escombros. El incendio iluminó aquella noche fatídica y al rogizo resplandor de sus llamas se dió comienzo la árdua tarea a la vez que dolorosa de socorrer a los 1944
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