Guardar

con todo el cuerpo, al modo con que suelen arrojarse al agua para nadar; del mismo modo, dan con todo el cuerpo contra el suelo, y con el hombro levantan por esos aires otra vez la pelota. De este repetido ejercicio crían callos durísimos en el hombro derecho, y juntamente una singular destreza en el juego. Jamás pensé que entre tales gentes cupiera tal divertimiento, con tanta regularidad; y después de escrito esto hallo que en las Misiones de la Nueva España, los indios Acaxees, de la Serranía de Topia, que están a cargo de la Compañía de Jesús, tenían, y aún usan el mismo juego de pelota. Durante el juego, hasta medio día, se ocupan las mujeres en hacer ollas de barro muy fino, para sí y para vender a las naciones vecinas, platos escudillas, etc. pero su mayor ocupación es tejer curiosa y sutilmente, esteras, mantos, canastos, talegos sacos, del cáñamo pita, que sacan del Muriche; también forman de lo mismo pabellones para dormir, defendidos todo seguro de la plaga tremenda de los mosquitos; en lugar de colchón, amontonan arena, traida de la playa, en que, a modo de lechones, se medio entierran, marido, mujer y los hijos, cubiertos con un solo pabellón. Las madres tienen su lado las hijitas, y las van enseñando todas las dichas labores; pero en llegando la hora del medio día, levantan mano de la obra, coge cada otomaca su pala, y se va a jugar la pelota, llevando prevención para las apuestas.
La pala es redonda en su extremidad, de una tercia de ancho, de bordo bordo, con su garrote recio, de tres palmos de largo, con el cual con ambas manos sujetas, rechazan la pelota, con tal violencia, que no hay indio que se atreva meter el hombro repararla; por lo cual, desde que entran las mujeres con sus palas, hay facultad para que las pelotas, rebatidas con paia, se rechacen con toda la espalda; y raro día hay que no salga algún indio deslomado de los pelotazos furiosos de las otomacas, que celebran con risadas estas averías.
Desde que llegan las indias, empiezan jugar aquellas cuyos maridos están en los partidos, poniéndose doce de ellas en cada lado según dijimos de los hombres, con que ya sobretarde, juegan veinte y cuatro en cada partido, sin confusión, porque cada cual guarda su puesto, y nadie quita pelota que va otro; y durante el juego guardan gran silencio. En empezando subir y calentar el sol, empieza también la carnicería: tienen sus puntas afiladas, con las cuales se sajan los muslos, las piernas, y los brazos, tan bronca y cruelmente, que causa horror; sin apartar un momento su vista de la pelota que va y viene, se sajan ciegamente, sin reparar, ni en lo mucho, ni en lo poco. Corre la sangre hasta el suelo, como si fuera agena, sin darse por entendidos de ella; y cuando les parece que ya basta, se arrojan al río y se les estanca la sangre; y si porfía en salir, tapan las cisuras con arena. Si estos otomacos no se desangraran tan largamente, la agitacion violenta del juego y el ardor del sol, les habían de causar mortales tabardillos; mas con aquel desagüe de sangre se impiden, según se reconoce de la salud, robustez y corpulencia grande de los individuos de esta nación, que me parece concurre mucho el contínuo ejercicio en que ocupan todo el día con el violento juego de pelota, y la mitad de la noche su incansable manía de bailar.
Mientras juegan, echan mano un puño de aquella tierra polvo, y de un golpe se lo echan en la boca, y esperan la pelota saboreando con la tierra, como si fuera un viscocho. Cuando entran lavarse al rio, fuera de la gre1953

    SpainViolence
    Notas

    Este documento no posee notas.