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Fiesta de los campos En el trópico Grandes columnas de humo que arremolina el viento, se levantan de las abras y rastrojos preparados para las siembras; esos vórtices plomizos se yerguer de las quemas que, cual serpientes igneas, allá en las noches veraniegas, se retuercen en los flancos de los montes y bajan chisporroteando, lainiendo los troncos y las piedras con gigantescas lenguas de fuego, por las profundas hondonadas y por las anchas vegas hasta detenerse en las riberas de los ríos, en donde langnidecen y inueren arrojando a las corrientes y remansos, ramilletes de ropacios y rubíes.
Los yigüirros revolotean y afinan sus flautas cristalinas, encantadas, y suenan con los naranjos cuajados de azahares y con los cafetos ataviados de blanco, modo de castas desposadas, en donde prenderán sus nidos, de los cuales brotarán torrentes de arrullos y gorjeos, caricias no aprendidas y ter nuras inefables.
La codorniz silvestre duerme la siesta en las márgenes de los arroyos, bajo las frondas de las olorosas y floridas salvias, y también sueña con las yemas tiernas de los maizales, regalo de su buche y alfombra en donde posarán sus patitas delicadas.
Es la fiesta de los campos.
La naturaleza del trópico se preparará en breve para cambiar el traje retostado por los calores del verano; vestirá su túnica de lirios, de frondas y de guarias. Sobre su cuerpo de Afrodita derramará las fragancias de las orquídeas y las rosadas ſomas; las brisas vendrán de los mares saturadas de yodo. y abanicarán con sus alas esa madre común de los vivientes la cual, al sentir tantos agasajos, se estremecerá como una cortesana voluptuosa y la caricia del sol prestará su seno para recibir la simiente que en pocos plenilunios habrá de tomarse en dulces frutas y en estuches de oro.
El robusto montañés, al despuntar el alba, junto al mollejón, alila su herramienta bien unce los bueyes y luego, entre las brumas de la aurora, por una callejuela se pierde. se pierde. va camino del campo de labranza, llega a el, se inclina y con fuerza de gigante le rasga el vientre la pradera y deja en la ancha herida que abre ei diente del arado, el grano humedecido con sudores, y al caer la tarde dejando incendios sobre las sierras del ocaso y enredando sus cabellos de oro en el ramaje de las selvas, tornará su cabaña con la frente erguida y digna, soñando con la realización de sus risueñas esperanzas.
Poetas, almas fuertes, bardos soñadores de bellezas, artistas buscadores de enociones dulces, pintores sedientos de matices y crepúsculos, id al campo: los yigüirros revolotean y afinan sus flautas cristalinas y encantadas, la codorniz sueña bajo la frescura de las salvias Horidas y olorosas y el labriego prepara las simientes y también sueña con el fruto de sus rústicas fatigas.
El campo está de fiesta.
Sra. Doña Mercedes flo fallecida recientemente en Pol. Payuder Lisico. eco Chavarria 2290
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