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Ráfagas al Una noche en que el viento golpeaba con furia los cristales de las ventanas, llamaron mi puerta debilmente. Corrí abrir.
Era ella!
No la mujer en quieu cifra uno toda la dicha, porque nos entrega rendida el corazón; no la joven herinosa que derrochia su coqueteria en la pesca de incautos. no: no era tampoco la desgraciada que vende sus caricias por un mendrugo de pan, nila infeliz que la caído arrastrada por un capricho pasional.
Para mí. era algo más: una for marcliita por los desengaños que doblaba su tallo para besar la tierra: y su corola, en vez de recibir el cálido beso del sol, aspiraba el valio húmedo de la tierra que con aliento de boa la atraía hacia sui seno. Ira ella!
Una viejecita que, bajo el peso de los años, caminaba con un enorme fardo de dolores en el cuerpo y un mundo de heridas en el corazón.
de esas que jamás se cicatrizan. Oh! Mientras inis amigos pasaban alegres noches de placenteros bohemios, escanciando vino en compañía de sus amantes: yo, el bohemio triste. yertía en la copa del sentimiento toda la amargura que aquella alma me brindaba: alma hermana en sufri.
mientos. Por eso yo le daba albergue en mi vivienda: porque gozaba escuchando el relato de sus pesares y me parecía que mua na ibal desfilando las este nas de mi vida.
Amo tanto a los que sufren, que sigo tras ellos, las buelas que dejan en el camino del dolor.
Lejos del terre: ño natal. pensaba en mi madre, que lloraria la ausencia de su hijo, igual La Reina de Hannover que aquella anciana lloraba ia de sus fallecida recientemente a la cind de años liijos muertos inoCentemente en los campos de batalla, regados por la sangre que inizo verter el capricho de un tirano.
Su voz despertaba en mi el recuerdo de la de mi madre cuando mo hacía comprender las asperezas de la vida y la lucha continua con las 2335 10 das pa, y topa las opa.
lia ente monia, Mesin
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