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Como se rompe un nudo (Continuación)
Narración histórica rria algo.
Frente a la casa que habitaban Carlos y Maria, vivía un amigo de la infancia de aquél, con el que había conservado, además de un afecto fraternal, una ilimitada confianza.
Manuel que así se llamaba el amigo, era hombre de carrera: había estudiado y viajado mucho; tenia, además de talento natural y de la ilustración adquirida, cierto golpe de vista para abarcar de una vez asuntos graves.
Estas cualidades hacían que Carlos tuviese en Manuel, más que un amigo probado, un desinteresado y acertado consejero en algunos negocios que emprendía.
Había tomado Carlos la costumbre de pasar, casi cotidianamente, después de comer casa de su amigo, y mientras ambos paladeaban la taza de café y chupaban el rico cigarro, sentados bajo el caedizo de la casa, Carlos gozaba extraordinariamente viendo enfrente, en el jardín de la suya, corretear como tres chiquillas sus dos hijas y su mujer.
Una de estas tardes noto Carlos cierta preocupación en Manuel y como si esquivase la conversación. Al principio, y obedeciendo su carácter reservado y poco curioso, se abstuvo de preguntar su amigo: pero después pudo más el cariño y con el deseo de ser útil Manuel, le instó para que le dijera si le ocu No, dijo Manuel tengo hoy uno de esos días en que sin saber por qué me siento molesto de espíritu. Hoy daria yo cualquier cosa por hallarme lejos de aquí; te diré más: me serviría de consuelo sufrir cualquier dolor físico. No me engañas, Manuel; ti te pasa algo y algo serio. En los muchos años que nos conocemos y durante los cuales no has dejado de experimentar disgustos y dolores, nunca había observado en ti la actitud seriamente preocupada que hoy observo. Si no te conociera bien y no supiera tus rarezas en materia de mujeres creería que estabas enamorado.
No te quiebres la cabeza, Carlos. Ni estoy enamorado ni pienso estarlo nunca No diré que no me case algún día; pero si he deserte franco, cada vez me siento con menos vocación para ello. El matrimonio es el juego de azar más expuesto que conozco y no quiero, mientras pueda, jugarme él ni mi posición, ni mi tranquilidad ni. mi honra.
Atiza! Nada, chico hoy estás lúgubre. Si te oyera Maria te sacaba los ojos. No te perdonaría eso de jugar. el honor. Mira, Carlos, dejemos la conversación. Dejémosla, puesto que nada tiene que ver ese tema, según parece, con tus preocupaciones Hubo una pausa durante la cual Carlos no dejó de observar Manuel sorprendiendo más de una vez una contracción en la fisonomía de éste; contracción que coincidía con el acto de fijar la vista en el jardín de enfrente.
Una rápida pero punzante sospecha cruzó por la imaginación de Carlos, y aunque su alma noble la rechazó, el aguijón estaba clavado. Observó con más fijeza y tambien con más disimulo y otra vez sorprendió aquella contracción que parecía más de ira de despecho que de otro sentimiento.
Se empeñó Carlos en hallar relación entre aquellos imperceptibles movimientos nerviosos y el estado de ánimo de Manuel y se propuso, sin más espera, saber positivamente qué era lo que pasaba en el ánimo de su amigo.
La acometida brusca, la pregunta hecha tenazón suele siempre sorprender al preguntado y le obliga a descubrirse, si en realidad trata de ocultar algo. Te gusta Maria, Manuel?
Ei lancetazo hizo su efecto. Manuel se incorporó rápidamente y fijando sus ojos en la cara de su amigo, dijo. Qué dices, Carlos. tú sabes lo que has dicho?
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