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puede ser culpable, pero puede también no serlo y, en ese caso, si está ahí súla, supongo que no tendrán ustedes interés en avergonzarla. Yo entraré solo, y si Maria no lo está. les llamaré ustedes.
Accedieron muy gustosos los cuatro y Carlos entró en su dormitorio cerrando la puerta tras si. Con que.
El narrador de esta historia hizo una pausa, y observando entonces él y sus oyentes que el baile había cesado y apenas quedaba gente en el salón, dijo Nos hemos quedado casi solos y debe ser tarde. Si ustedes quieren pondré, guisa de novelista de folletín, un se continuará, y mañana ucabaré de contarles lo que falta. Precisamente, el punto interesante que hemos llegado, se presta bonitamente dejar suspenso el ánimo de los lectores oyentes y con su curiosidad vivamente excitada.
No señor, no: si no está usted fatigado, siga. Con seguridad que cada uno de nosotros ha dado va, in mente, con la solución desenlace, que por otra parte no es difícil suponer conociendo el carácter de Carlos. Un drama de sangre y.
Calma, amigo, calma dijo el narrador, contestando al más joven de los oyentes que fué quien habló. Apostaría algo, y no lo perdería, que ninguno de ustedes se ha aproximado ese desenlace. Conque si quieren continuaré, pero advierto que lo que falta no es largo. Lo que sí pueden ser largos son los comentarios que se hagan.
Venga, venga dijeron todos. Pues sigo. Pero amigos mios: ahora sí que es cuando siento muy vivamente no ser novelista de esos de primera fila. Mal me voy componer para dar el colorido adecuado lo que falta. Cómo pintar yo ustedes el cuadro. cómo describir con exactitud Carlos, cuando vió dos cabezas descansando en la misma almohada?
Contuvo, y Dios supo con qué supremo esfuerzo de voluntad, su primer impulso y caminando con las puntas de los piés, llegó al lecho; cogió un brazo masculino que se extendia fuera de la colcha y sin hacer gran fuerza lo sacudió. Olvidaba decir que la habitación estaba tenuemente iluminada.
Abriéronse unos ojos azules y he de advertir que los de María eran negros, y vieron naturalmente de dimensiones colosales y aterradoras la figura de Carlos quien, con un dedo en los labios y con fulgurante mirada, exigia el silencio más absoluto, Bajó la cabeza y acercando su boca al oido del atónito galán, dijo sordamente.
ii Coja usted esa ropa. Algo intentó balbucir el sorprendido pero se heló la frase en su garganta y sumiso, cobardemente sumiso, salió del lecho recogiendo bajo su brazo y revueltos sus vestidos.
Abrió Carlos una puertecilla de escape y por un pasillo no largo condujo al estupefacto doncel hasta la puerta de una habitación próxima. Llamó sigilosamente y al ¿quién hay? de una voz femenina y cascada contestó. Abre, Genara Medio abrióse la puerta y apareció una vieja negra. Carlos empujó al que era más autómata que ser viviente y dijo: Enciérrate con ese hombre y abre cuando yo vuelva llamar: no antes.
Pasó el autómata, cerró la negra, y Carlos, volviendo sobre sus pasos, siempre silenciosos, entró de nuevo en el dormitorio.
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