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riste mpes las rebol Ose que a ncho 11a do la orcio za es a dijo envidesvidecirde Ripalda se llama tristeza del bien ajeno. Esta explicación deleitó al venturoso padre, y no se pensó ya en molestar al médico. los cinco años de edad, hacía añicos la niña los juguetes de los chiquillos del vecindario; los quince desgreñaba los moñitos trenzados de sus compañeras de escuela; los diez y siete se daba susitrazas para pisar, al descuido y con cuidado los trajes de las muchachas que iban bien vestidas. Hasta el mísero cintajo de medio real con que Nulidad, su propia madre, se engalanaba los domingos y fiestas de guardar, causábale rabietas de verdadera endemoniada: y lo que parecerá increíble. ni el inocente brillo de la luz del día podía tolerar. No, señor: no puedo, no quiero ver, solía decir muy sulfurada sus padres: no quiero ver más ese rayo de sol que cae junto mi ventaMe parece que de continuo me está diciendo: Nunca, nunca, resplandecerás como yo. héte aquí al poltrón de Egoísmo a fanado en echar paladas de tierra al pobre rayo de luz, con la perversa intención de sepultarlo. sobre las paladas de tierra montábase el luminoso destello, dándosele un ardite del loco empeño de su enterrador, entanto que Envidi se mesaba de puro despecho los cabellos al ver que el tercer rayo de lumbre no se dejaba meter en la sepultura.
Pues verás ahora, decía Vulidad yendo en auxilio de Egoismo: verás ahora como yo lo voy soterrar. isanto Dios. allá van las basuras de la casa; allá van los tiestos del corral; allá va el cascote de la fábrica; alla va el estiércol de la cuadra. á todas estas el rayo de luz con su prodigiosa agilidad se encaramaba de un salto sobre las horruras que le echaban, desde las cuales proseguía desafiando a los sepultureros, cada vez más alto, cada vez más brillante. voces pidió Envidia refuerzos las comadres del barrio; y en tropel acudieron: Medianit, con sus cestos de hojarascas; Ineptitud, con sus costales de escorias; Vileza, con sus espuertas de lodo; Indignidad, con sus odres de inmundicia; Calumnia, con sus cacharros de sierpes; y unas y otra fueron vaciando la ruin carga sobre el promontorio, que se convirtió en montaña. mientras tanto, el rayo de luz arriba, arriba, siempre arriba; hasta que traspasando el muro tomó las proporciones de claridad soberana. Por los cuernos de mi patrono, que nos hemos lucido. gritó Egoísmo con el dragón del despecho escarbándole las entrañas. No lo ves, mujer? 10 lo ves, hija. Lo liemos elevado, lo hemos engrandecido!
Dispersáronse corridas las comadres, cayó Nulidad muy malita; y tal sofocon acometió Envidia, que por poco no la cuenta.
Al salir de su ataque abrió los empañados ojos, buscó el rayo de luz y no lo vio.
Estaba ciega.
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