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Caían las hojas Para Páginas Ilustradas la señora Ana Maria de Brenes Eleonora me amaba; nunca supe hacerle conocer la pasión que en mí había despertado, y, sin embargo, estaba casi seguro de su amor; me lo decían sus ojos melancólicos, me lo decía su sonrisa amable, me lo repetía el acento de su voz armoniosa.
Además, dos detalles de nuestras relaciones me hicieron concebir esperanzas ilimitadas; no sé, el hombre que ama llega ser un observador muy fima die pada detalle que en ella eree sorprender, lo interpreta favorablemente: amada; el campo de sus observaciones se extienda alrededor de su vanidad de vanidades a la cual ninguno ha sabido resistir.
En cierta ocasión pude obtener, con mis continuos halagos, la simpatia de una chiquitina de cuatro años que se mostraba huraña con todos. La niñita me llamaba su novio, y, como tal, debía abandonar la compañía de los grandes, in con ella al jardín, colocar ramos de flores en sus manecitas delicadas y en sus cabellos negros, en fin, dedicarle todo mi tiempo y todas mis atenciones hasta tanto el cansancio y el sueño no la rindiesen y la obligasen buscar el regazo amoroso de la abuelita que, en aquel tiempo, la adormecia cantando y que hoy duerme en un rincón tranquilo del cementerio Un día, Eleonora, mirando los ojos negros de la niña, me dijo sonriendo: Qué lindos ojos tiene su novia. Ah! le conteste mi novia debe tener bellos ojos: cuanto más bellos los tiene, tanto más la adoro.
Al terminar aquella confesión pude notar que su cara de niña inocente Se teñía de un leve rubor, el rubor de la señorita que escucha los elogios prodigados su belleza, Por qué tomó para si aquel elogio? Tendría mi voz un acento de sin ceridad que ella supo apreciar Me quedé meditando; ella que se había dado cuenta de mi sorpresa, me miró con dulzura y me dijo. Tiene usted razón, los ojos de una novia deben ser bellos; en la ternura y en la pureza de una mirada hay todo un poema que sólo quien ama sabe comprender. luego, sin esperar una respuesta tomó la niña en sus brazos y se dirigió hacia el jardin coger flores, decía la chiquitina, coger flores para él novio.
Otra vez una amiga suya me preguntó sonriendo: Es cierto que usted le hace la corte Eleonora?
No supe negarlo, era imposible ante la insistencia de aquellos dos ojos curiosos y alegres que me miraban como queriendo adivinarlo todo. Le dije mis esperanzas, le dije mis temores y ella, sin dejarme terminar, exclamó No sé por qué Eleonora no me ha hablado de la corte que usted le hace. Siempre, siempre he estado al corriente de cuanto le sucede; cuando alguno, con sus atenciones prodigadas, le hace comprender la simpatia que por ella siente, Eleonora enseguida me lo dice. Es raro terminó sonriendo con malicia. qué significa su silencio en este caso?
No quise contestar. La respuesta me había venido los labios pero no me atrevi pronunciarla; me parecía una frase demasiado presuntuosa: Eleonora me amaba, sentía por mí un afecto distinto del que le inspiraban los de más pretendientes suyos. La corte que yo le hacía le era más grata y debido esto la aceptaba en silencio no esperando sino que yo le declarara con franqueza mis sentimientos.
Desde no pensé en otra cosa. Buscaba siempre la ocasión propicia. Era necesario decirle que veía en ella la mujer ideal, la dulce compañera que había de ayudarme en la fatigosa jornada de la existencia.
Iba su casa con frecuencia, le hablaba de mil cosas que parecían fayorecer mis intenciones, le facilitaba libros hermosos llenos de bellos sentimientos en los cuales mi alma se despojaba de sus secretos y en los cuales ella, con una bondad indecible, me hacia conocer sus aspiraciones: las frases subrayadas por 2492 ese día
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