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La velada del Ateneo zioSLIS o la Vílon Fe.
dez encio rse ΕΙ irá ças ata amwmwwmwwmum mmmmm Alum 5mmap de El martes dieciséis se celebró en el Nacional la velada con que el 47cleo de Costa Rica inauguró solemnemente su comparencia en el tráfago intelectual de la República Un público numeroso, y tan numerose como escogido, llenó las localidades del Nacional: allí se hallaba el señor Presidente de la República Licenciado don Cleto González Viquez, en quien el Ateneo mira, además, uno de sus socios más distinguidos, sin que para ello sea parte la posición accidental que hoy ocupa; porque, primero que eminente estadista, él es un intelectual tan culto como brillante; allí se hallaba una porción del bello sexo que conoce y siente el poderío sublime del arte y que fué el más hermoso ornato de aquella fiesta; allí se hallaba la juventud bullente, soñadora impulsiva que pone los ojos zahories en el horizonte por donde cruzan los ideales en ascensión victoriosa: la juventud que educa su espíritu y amaestra sus brazos para lanzarse con arrojo tras esas visiones que prometen un mundo mejor la humanidad, harta de injusticia y miseria. Por este lado, pues, no habia que pedir: pero el buen éxito no fué menos visible en lo que tocaba las letras y las artes. Bajo la dirección de don José Joaquín Vargas socio del Ateneo, cantó el Himno Nacional la Escuela de Santa Cecilia, que el maestro Povedano arreglo y presentó en artistico grupo. la Escuela de Santa Cecilia le tocó también poner fin al festival con la Serenata de Schubert, ese grito ahogado de amor y angustia que repercute y repercutirá siempre en los corazones sensibles. El Doctor Zambrana, Presidente Honorario del Ateneo, pronunció el discurso inaugural, una pieza en que resplandece con lozania juvenil la facundia pujante del maestro ilustre cuya palabra viene sembrando constelaciones de ideas en nuestro cerebro y esplendores de sol en nuestra fantasía. El magistral discurso del Doctor Zambrana es un resumen lapidario de las soñaciones que el genio ha traducido para la humanidad en el idioma sublime del arte. Lisimaco Chavarría, este poeta inspirado cuya figura humilde se ha destacado como una revelación popular de entre la muchedumbre anónima, leyó un poema titulado Los bueyes, obra suya que pone de manifiesto al vate de los antiguos, es decir, al soñador y al vidente. Oímos después la voz llena y vibrante de la se ñorita Mayoral, que cantó con maestría el aria del suicidio de Gioconda, ya que el notable tenor costarricense don Alejandro Aguilar, socio del Ateneo, no pudo cantar con ella un dúo de Cavalleria Rusticana.
La señorita Leary tuvo la amabilidad de acompañar en el piano el aria de Gioconda. El selecto auditorio escuchó después con deleite los cuatro romances con que la musa picaresca y retozona de Aquileo Echeverría contribuyó al buen éxito de la velada. No es decir que este bohemio incorregible aportase de buen grado su contingente; no, fué menester saquear el tesoro de Concherias, lo que, por otra parte, nada se le importa un poeta que, si bien no tiene con que confeccionarse un traje lo burgués, tiene, en cambio, como un buen gnomo, mil cofres repletos de gemas con que regalar a las gentes de todo pelaje. Alejandro Alvarado Quirós, un intelectual de cultura ateniense, leyó una disertación de factura graciosa, como un dibujo de Alhambra, entre cuyos renglones se desliza el soplo de un espiritualismo que eleva el ánimo la región serena del arte. Efectivamente, la Economía Política produce el dollar; pero sólo el arte produce lo bello. Don Samuel Montandón, que tiene biceps de Vulcano y garganta de Apolo, cantó admirablemente el aria para baritono de Hernani. Enrique Hine declamó un trozo de Chocano, el robusto poeta que sacutral ras do de tacia na do lo 110 011es 2521
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