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Velada e de inauguración del Ateneo La fiesta preparada para la inauguración de este centro y llevada efecto ayer noche en el Nacional, correspondió en un todo la importancia del asunto y los esfuerzos de los organizadores.
Las boletas, que se habían comenzado repartir desde la semana pasada entre los invitados, estaban ya agotadas desde el lunes, y ayer al medio día no se podía obtener una sola. Este indicará que nuestro coliseo estaba completamente lleno. La concurrencia en general fué escogida: por de contado, todos los hombres de letras estaban allí, y nuestras damas se esmeraron en dar brillo y animación esta fiesta, que constituye un gran paso en nuestra cultura intelectual, como que ella deja instalado un centro de que carecíamos y que empieza con sólidas bases y grandes entusiasmos. Estando preparando nuestro corredactor y amigo señor Facio una nota sobre ella para sus amenos Parloteos, nos limitaremos aquí ligeros apuntes.
La obertura por la orquesta y el himno nacional cantado por la Escuela de Santa Cecilia fueron oídos con aquel recogimiento de quienes esperan algo grande, y recibieron merecidos aplausos.
El querido Doctor Zambrana, en su discurso de inauguración, estuvo brillante, cumunicando al auditorio la vida y el fuego de que a su edad está dotado y que envidiaran muchos oradores jóvenes.
El poema Los bueyes viejos, de Lisímaco Chavarría, es obra que nos revela poeta de grande aliento, sugestivamente conceptuoso, y delicado en la forma. Fué aplaudido calurosa mente.
La señorita Mayoral se reveló una vez más como artista de gran vuelo, al par que sentimental y tierna. Los aplausos coronaron su canto, como en las dos veces anteriores en que se ha exhibido ante nuestro público.
Los romances de Aquileo Echeverría, recitados por don Domingo Monge Rojas, aunque de mérito, como todo lo suyo, no se consideraron bien elegidos para ese acto. Entre lo mucho bueno de Aquileo, se había podido esperar algo más de acuerdo con el carácter de la fiesta, aunque del mismo género, La disertación literaria del joven don Alejandro Alvarado fué una obra de mérito, ya por su bella forma literaria, ya por el profundo pensamienta encerrado en ella.
El señor Montandón, bien, con su voz robusta y su sentimiento musical.
La recitación del amigo Hine, fué lo mejor que como recitación hubo en la velada, pero se escogió una pieza demasiado larga para un número final.
La serenata de Schübert con que la escuela de música Santa Cecilia puso fin la función, estuvo delicadamente ejecutada.
Al par que nos congratulamos por el lucido éxito de esta fiesta que deja inaugurado nuestro centro literario, enviamos nuestras felicitaciones los organizadores de ella. De La Prensa Litre)
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