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No es remilgos y la envidia vuelva la cara, fué maravilla como el Niagara; y Núñez de Arce, el del arpa de oro. y en cada siglo de su arte cien nombres inás que son luceros? y aun cruzando el mar, aun viniendo estas regiones nuestras de América, de naturaleza colosal, en que la civilización comienza. son nuestras selvas más hermosas, nuestras montañas más altas que los genios de Bello, de Heredia, de Arboleda, de Olmedo, de la Avellaneda, de Gutiérrez, de Rojas Garrido, de Darío. posible, sin cansancio de vuestro oído y de mis labios, hacer el censo de la tribuna y de las. musas. Ah! hay muchas flores de luz en nuestro cielo, muchas estrellas de hermosura en nuestros pensiles, mucho oro en nuestras minas y en los frutos de nuestra zona, mucha noble hidalgía en nuestro carácter, mucha angélica belleza y angélica bondad en nuestras mujeres, mucho timbre de grandeza en nuestra breve historia, para que pueda sospecharse que es inútil formar un hogar para nuestras letras, levantar una tribuna para nuestras musas, dar la voz de aliento nuestia generosa juventud para que se lance las nobles lides en que la belleza se produce y la gloria se conquista. No, mil veces no: no es solo sembrando la muerte con la guerra, o inventando máquinas contando fardos, como ha de vivirse en este planeta en que la llama de la inteligencia parece más grande que la de los astros del espacio. No, no es cierto que la tribuna y que la lira sean inoficiosas para la ventura del género humano: nos elevan, nos purifican, nos hacen sentir un goce que no parece de la tierra. Grande es el mar con sus oleajes y sus cambiantes de color y sus espumas; imponente el volcán que deja caer el río de lava encendida por sus flancos; el torrente que se precipita desde la roca; el cielo estrellado, que sobre el terciopelo azul oscuro de la noche derrama su cascada de joyas; pero en todo lo que de la naturaleza conocemos, no hay portento de beldad que se asemeje la del pensamiento, puro de egoísmos y concupiscencias, que en el horizonte del arte explende en levante deslumbrador y majestuoso, y la de la palabra que como túnica inconsútil y etérea lo viste sin ocultarlo, lo revela sin disminuirlo y parece hecha de su misma luz, al dilatarlo por el mundo con sinfonía más poderosa que la del concierto de los orbes, que la de la armonía de las esferas.
He dicho.
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