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y la cuadriga armónica del viento va chafando en su marcha los magueyes, mientras rumian, echados cabe un tronco, los dos amigos bueyes, amigos compañeros que supieron partirse la pitanza, el dulce pienso del cañal vecino y todas las fatigas del camino.
Hay un sordo rumor en la arboleda que anuncia algo muy serio: es el terral atronador y fuerte que su paso colérico remeda las irás impotentes del dicterio, las burdas carcajadas de la muerte; es algo triste y grave que vibra, se retuerce y se encarama del árbol en la rama donde ha pulsado su laúd el ave, que hechiza con su cántico sentido cabe el alcázar de su muelle nido, duo con su tierna compañera que tiene los dulzores de la piña cuando con ansias en la fronda espera la vuelta de su amante la campiña.
Se llena el aire de negror y espanto y hay lóbregos barruntos de recia tempestad en los pensiles, los montes y hondonadas; entre tanto, mustios siempre, callados, siempre juntos, aquellos dos cornigeros seniles rumian. rumian y rumian deshora esperando la vuelta de la aurora, la reina iridiscente de los flores que roza con su traje las espigas, al romper en los campos las fatigas los gañanes. valientes luchadores. Los dos bueyes presienten el insano final de su existencia Conocen los ardores del verano, del invierno la frigida inclemencia: son eunucos, son parias del tormento y esclavos del dolor y la fatiga sin descanso, sin tregua.
Su aislamiento rudas pesadumbres los obliga, los llena de perenne abatimiento: por eso en sus pupilas, siempre abiertas, llevan el duelo de las cosas muertas!
Allá, sobre la cumbre, brillante pincelada de naranja, magnífica explosión de suave lumbre, anuncia la llegada de la aurora.
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