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Disertación leida por su autor en la elada de inauguración del Ateneo de Costa Rica, celebrada el 1G de julio de 1907 Señoras y señores: Estamos en el pórtico de un templo. Aun resuenan en mis oídos las estrofas y los himnos y vibran en el aire las clausulas brillantes con que el sacerdote del arte ha saludado la aurora de este nuevo culto.
Permitid, señores, un profano en estas fiestas golpear la puerta de bronce, impulsado tan sólo por su fe, para penetrar en el recinto y prosternarse ante la deidad de origen griego, la olímpica Razón de ojos azules, cuya contemplación inspira nobles actos y sentimientos de concordia y armonía.
Vengo ante vosotros, animado por la indulgencia, que es signo característico de este selecto auditorio, y curioso al mismo tiempo de saber si logro interpretar en breve exposición el pensamiento general; si mi alma se estremece al influjo de las corrientes magnéticas del alma colectiva o si mi débil palabra ha de perderse como nota discordante.
Costa Rica tiene en esta época una vida muy intensa. Se preocupa como siempre, de preferencia, por los asuntos económicos, pero estudia también las cuestiones relativas a la educación de sus tiernos hijos, y en grupos aislados se ventila de nuevo, como si no fueran puntos resueltos, la hegemonía del libre pensamiento y los fueros respetables de la creencia religiosa.
Tales muestras de vitalidad deben regocijarnos y por ello creo llegado el minuto de consultar nuestras conciencias para resolver y determinar la orientación futura.
Un dia discurría lentamente por la calle de las Escuelas en pleno Barrio Latino. No todo es fiesta y frivolidad en aquella ciudadela de estudiantes. Mi atención era solicitada por diversas y nobles impresiones. Aquí una librería repleta de volúmenes recién salidos a la luz; allá un alegre grupo juvenil entregado a las teorías y la discusión interminable; en frente los muros venerables de la vieja Sorbona los graves edificios de los liceos, bibliotecas, laboratorios y facultades, las colmenas activas en que se preparan nuevos descubrimientos en que se conservan y restauran las fuerzas creadoras de las civilización por una falange de modestos y encorvados pensadores Mi imaginación dió un vuelo y me transporté este apacible valle en que nací, y se irguieron las montañas con sus tonos de heliotropo y surgió el panorama familiar de mi infancia, el más dulce que mis ojos puedan contemplar; pero al pensar en la índole de nuestro pueblo, en su invencible afición por los trabajos materiales, en su desdén por toda labor intelectual, en la carencia absoluta que tenemos de Universidad, de Academias de centros de cultura superior para estudios filosóficos, históricos y literarios, la reflexión fué poco a poco oscureciendo, como con los velos que el crepúsculo tendía sobre la tarde, el cuadro de la gentil naturaleza con que mi fantasía había coloreado el recuerdo de la patria.
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