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¿Porqué. preguntó una vocecita risueña. Porque. mirela está prisionera. y toda prisión es amarga.
Hubo sonrisas y el silencio siguió.
Sería que se pensaba en las futuras horas de la noche. Porque todo indicaba que ésta sería espléndida, y como se esperaban visitas de los pueblos vecinos, era natural suponer. acaso se pensaba en el drama intimo que devoraba Valentín. Quién lo sabe. Nuestras amistades a veces son generosas, pero no siempre: la tendencia humana es compadecer por instantes al que sufre, pero después. después buscamos el lado espantoso del ridículo. Treimos.
Mientras tanto, un vientecillo suave cargado de aromas nos abanicaba y disfrutábamos de un ambiente de bienestar.
Siempre es bueno el silencio, y sobre todo en ciertas horas en que la misma naturaleza parece imponerlo, y en ciertos momentos en que nos parece que las almas lo buscan. y callan. IV No fue nada. 0 e1 a er 1ce a 1OS Estando en la oficina de mi amigo Próspero, leía una carta que tuvo la bondad de mostrarme, carta de un amigo sincero en la cual lo felicita por los triunfos que día a día alcanza la Revista que con tanto cariño y orgullo dirige, apesar de las dificultades con que tropieza; y la lectura de tan agradable carta me fué interrumpida por un grito, y por un ruido a la vez, que me pareció producido por un reguero de granos.
Oiga. le dije al amigo.
Este corrió a la puerta y muy en seguida me llamó. Acudí; el espectáculo en realidad no era nuevo, pero sí interesante porque movía compasión: Una anciana y una nieta; con sólo ver esos dos seres hay para pensar mucho; y en aquella escena, tuve que exclamar al verlos. Pobrecitas. era natural: la viejecita tenía un semblante lleno de tristeza, la nieta la nieta reía; también es natural la risa en las muchachas cuando llenas de vida, ni la pobreza las entristece.
Las dos mujeres. con opuestos semblantes, contemplaban el maíz que se había regado y que llevaban, momentos antes, en un saquito de manta sucia.
La viejecita lo cargaba. de buen regaño se escapó la nieta llevando la pesada carga sobre la cabeza, se vió de pronto inundada por el menudo grano que cayó rápidamente y se esparció por la acera. Por no hacer los nudos bien socaos me pasan estas cosas. dijo la anciana. yo que se lo vinia iciendo. agücla. Mentirosa. Poné eso en el suelo y te agachás rejuntalo y no te riás, porque la cosa no es pa rirse agregó la vieja ya melesta. las dos, una afligida y la otra riendo, comenzaron recoger el maíz del suelo, que gran parte arrastraba ya la corriente del caſo.
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