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Viendo pasar la vida III Sobre la hierba Cuando regresamos del paseo de la tarde, y ya las sombras cubrían la tierra con su velo azul oscuro, y la campana de la iglesia vecina había anunciado la hora solemne, dispusimos quedarnos en la plaza y una vez sentados sobre la hierba, Valentin, uno de los amigos que componían el grupo, pidió la guitarra, y al tañerla, comenzó a cantar con voz timbrada, una canción que delata ba una alma sedienta de amor. aquel joven, con su voz fuerte y llena de sentimiento, dijo en aquellas estrofas, la historia del tormento de la duda, la fiel compañera de la siempre viva esperanza, y su canto lleno de pasión, lo acompañaron las miradas y las medio sonrisas que se desprenden del que sufre y ansioso espera una, la deseada, porque no es acaso la sonrisa la bella mensajera que nos anuncia que somos bien recibidos por el corazón que esperamos habitar. Al concluir, nuestro amigo fué aplaudido, sí, aplaudido por los allí presentes, y algunos tosieron, significando que habían comprendido, y hubo felicitaciones, como también sonrisas maliciosas. Mientras tanto, el emocionado joven, sin fijarse en todas aquellas demostraciones, sólo contemplaba su amada, su amada que se entretenía mordiendo con sus menudos dientes. las pajillas que distraída arrancaba del suelo, y sin hacer un solo gesto, ni lo miró, ni le sonrió. La apasionada canción no llegó ella. mujer de mármol y granito.
El eco de las vibrantes palabras no llegaron a su alma, y por ella rechazadas, las motas llenas de sentimiento, se esparcieron por el espacio infinito, y quizá fueron a conmover almas más delicadas, por que muy enseguida oímos, sobre los árboles que nos rodeaban, la inquietud y el piar de las avecillas.
Las miradas, siempre curiosas, se dirigieron instintivamente hácia Valentín y Elena, la amada por quien se cantó; aquél se hallaba pálido y fijo en ella, y ella permaneció glacial indiferente: fué un cuadro de segundos, curioso interesante: nuestra vista teníamos dos diversas existencias, dos almas: una amante que buscaba, y la otra. acaso amaría también. Luego, pasado el momento de la espectación, comenzó el cuchicheo, y las sonrisas significativas y los gestos de inteligencia, y las frases alusivas con toda discreción, puesto que siempre se ha respetado el dolor ajeno. Llegó un momento de silencio angustioso, en que ninguno dijo nada, y en que todos parecían contemplar la saliente luna, que se hallaba en aquellos instantes como aprisionada entre dos nubes negras. Hasta la luna tiene sus amarguras. dijo alguien con tan marcada intencion, que Valentín se estremeció.
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