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idad quie amo reía que Dalamo fa. se pasó uano ya arse vaba salo, yo soy buena. elevaba sus ojos húmedos y sus manos al cielo al cielo que no contestaba.
Al llegar la sirviente con las flores, y al comprender que Juan había muerto, las dejó caer por la sorpresa y asustada preguntó: Murió ya. sin esperar respuesta salió escape de la habitación. de nuevo quedó sola aquella madre, esparciendo sus lágrimas y aquellas rosas y claveles y palmas llenas de rocío aún, sobre el cuerpecito querido Los parientes llegaron precipitados y medio vestirse.
Es cierto hija mía. preguntó el padre todo conmovido; y la contestación de la hija fué señalar la cama. y dando un grito de dolor, cayó en brazos del que le dió el sér, y uno uno, con las lágrimas en los ojos, los padres y hermanos abrazaron aquella atligida, y depositaron un beso en la frente del que vivió sólo tres años.
Fué en aquellos momentos, después de dos horas, que la infeliz madre se dió exacta cuenta de su desgracia: ya en presencia de sus parientes afligidos, no tuvo la resignación de los primeros instantes, inconsolable se entregó al llanto que había contenido. allí, al lado del lecho lleno de flores y cajes, lleno de muerte y perfumes, aquella mujer parecía el reflejo del dolor.
Comenzaban a llegar los familiares íntimos de la casa, y ella.
sin mirar a nadie, seguía entregada su pena, sus pensamientos y al recuerdo del marido ausente, tan ingrato. Serían las ocho de la mañana cuando de pronto se produjo un movimiento seguido de un cuchicheo; ella volvió ver, y sorprendida dejó escapar un grito de espanto y poniéndose de pie enseguida, se encontró en los brazos del recién llegado, en los brazos de su marido, que hacía cerca de un año no veía.
Aquel fué un abrazo prolongado, lleno de besos y de lágrimas.
Cuando se separaron dijo ella: Mira nuestro lijo. Entonces él con la mirada baja, se encaminó al lecho y quedando de pié frente él, se fué agachando poco a poco y depositó un beso en aquella frente fría.
La señora no perdía detalle en los movimientos de su ingrato marido. Lo ves. preguntó ella. Sea la voluntad de Dios, contestó él bajando los ojos y esquivando las miradas de su mujer, que lo observaba atentamente.
Pasó una hora larga y el pobre hombre, mirando siempre a su hijo, talvez sentía los remordimientos que un mal marido y un mal padre, deben sentir en casos semejantes. Allí, ante el cadáver del hijo, que hacía tanto tiempo no veía, cuántos pensamientos no pasarían por su frente. ante su mujer, tan buena y tan bella, qué vergüenza sufriría, después de haberla hecho padecer tanto. por la imaginación de ambos, oh! seguramente veían desfilar todos sus días felices, los idos y los tristes. 2583 lla y C011e ine los Os, y ten cipide la 3, toué, y erdo sany en espa lo, y pavo. perhoy dme.

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