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Los dos seguían pensativos, con la tristeza que imprime el dolor: él sin alzar la mirada. pero ella sí, siempre observándolo, trataba de sonreir: no podía reir. en aquellos momentos en que la sonrisa y el llanto eran compañeras.
Qué lucha debió haber sostenido ella, poseída de dos sentimientos tan diferentes: El dolor y la alegría. Verá su hijo muerto y ver de nuevo su marido y su lado. Qué extraña se sentía en esos momentos, en que sus labios jugaban sonrisas y sus ojos brotaban lágrimas!
Qué fenómeno tan raro pensaba por qué la par que experimento alegría, siento mi corazón que estalla de dolor. Por qué Señor, las lágrimas y la risa acuden mí, la vez, en estos instantes. Sí, mirando su bijo tendido, las lágrimas caían y mirando su marido, su corazón se llenaba de dicha.
Ella estaba locamente enamorada de su marido, lacía cinco años, y ese día lo encontraba siempre el mismo, siempre buen mozo y digno de ser amado.
Digno de ser amado? se preguntó y como asustada hizo un gesto bondadoso y continuó su pensamiento: Sí, se dijo. me gasto mi fortuna, es lo único malo que ha hecho, y por eso, avergonzado, me abandonó. por mi padre quien furiosamente le prohibió volver verme y no quiso que lo siguiera. Hasta que recupere tu fortuna, y te la traiga. me dijo al irse nos volveremos ver. el pobre se fué, y trabaja y está en malos climas. y mientras tanto, Señor, cómo lle sufrido. y recordaba la furia del padre.
Ella no cesaba de mirar su esposo que parecía pensar. En qué pensará. Pobrecito. yo sé que él sufre y me quiere, con esos consuelos sonreía Mirándolo estaba cuando se percibió también de sus miradas; entonces ella quiso retenerlas y no pudo.
des aba ver la expresión de sus ojos frente a ella, pero no le fué posible ver más que la del dolor frente al hijo querido.
De repente oyó un ruido, era el que se levantaba y llegando ella le dijo algo al oíd. ella se levantó y al abrazarlo, se comprendía que le suplicaba algo. le hablaba en voz baja y lo miraba con pasión.
El contestaba también media voz, y antes de desprenderse de los brazos, resonó un beso: la mirada de ella relampagueó, se miraron de nuevo y sonrieron.
El tomó el sombrero y se alejó; ella quedó de pié, sonriente, mirando al marido que volvería. En sus ojos brilló la felicidad, pero al regresar, después que lo había perdido de vista, y al ver al hijo del alma, muerto, y tendido en aquel lecho lleno de flores, sus lágrimas salieron más copiosas, y un grito resonó en el aposento.
Stenio San José, agosto de 1907 2584
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