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El beso del primer hijo La campana del reloj de la iglesia de la Merced, desde su celda de hierro dejaba oír seis tañidos lentos que anunciaban la hora de la oración. Media docena de viejas y varias solteronas acudían al rosario.
Bajo una de las ventanas ojivales del templo, dos hombres conversaban en voz baja, temerosos de ser escuchados.
Cuanto más cerca de la iglesia, más lejos se está de Dios.
El rojo encendido del crepúsculo palidecía poco a poco y las sombras iban manchando la claridad del cielo, momentos antes esplendorosa, como ePinoribundo que reacciona para expirar.
Ya es hora. habló en tono fuerte el primero, que era un campesino flacucho en cuyo rostro cada arruga era una frase pronunciada por el dolor. Partamos agregó el otro: un viejo encorvado por los años, de larga barba blanca y con una cicatriz en la mejilla izquierda.
Ya el sol liabía hecho inutis con su corona de fuego.
Hubo un rato de silencio en que cada corazón recitaba un monólogo que apenas escuchaba la conciencia. Luego, ambos se dirigieron hacia el Oeste de la iglesia y entraron en una casucha cercana al Mesón derruído, que en otro tiempo fué el mercado de la carne de la gente alegre.
En aquella miserable vivienda un sér más llegaba al mundo con el bagaje de las tristezas de los pobres.
La madre del recién nacido mordía la almohada, quizá de rabia, quizá de hambre. Una sociedad de caridad la socorría con diez céntimos diarios que eran como un grano de anís que se le ofreciera de alimento una a vecilla.
El gorrión apretaba en vano el seno materno, enjuto por los sufrimientos de la miseria, y la madre, para entretener el hambre del pequeño, colocaba dentro de la tierna boca el pulgar de su mano derecha. Ay. se quejaba la mujer. Mi marido en la cárcel.¿Por qué? Porque robó lo que los hombres le negaron; porque robó para darme de comer mí cuando un hijo se rebullía en mis entrañas. Por nuestro hijo! Los de arriba roban para satisfacer el capricho de los placeres, y no van la cárcel, y son honrados.
El vejete, que era el abuelo de aquel niño a quien su padre no conocía, tenía listo el plan de la fuga del encarcelado y pensaba matar, si era llegado el caso, con tal que su hijo saliera libre, y besara la frente del primogénito y huyera de la condena. Si me matan mi decía nada se pierde. Los viejos sólo de estorbo servimos. tú. observaba su compañero. tú debes arriesgar conmigo la vida para que se salve tu bermano, cuya existencia equivale hoy dos. El padre no se pertenece, pertenece a su hijo. Ay de las infelices criaturas que no tienen padre! Mi hijo robó, pero tuvo la desgracia de robar un hombre sin corazón que con artimañas dió al sim2589

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