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llos de la poesía. El encanto dura, empero, lo que dura la pasión, y al fenecer ésta miramos con tristes ojos las sombras de los placeres idos y creemos amarga la vida y nos forjamos por cada momento de alegría una hora de dolor. Ya no encontramos sino engaño en unos y cruel perfidia en otros, lo cual, puesto que sea desconsolador, porque envuelve dolorosa duda que enferma el espíritu y mata el sentimiento, es natural, ya que, desposeída el alma de aquellos blandos afectos que constituyeron un día su dicha más pura, parece que pierde la candidez que le hizo creer duradero el encanto que no nace de lo bueno perfecto, ni de lo bello inmaculado. Recuérdalo: ibas ayer alegre, ufana, hollando descuidada las hermosas flores que alfombraban la senda de tu vida: sol de rayos suavísimos se levantaba tu presencia para alumbrar tus pasos: brisas cariñosas te brindaban aromas de los cielos y murmuraban inefables armonías tus oídos; y allá, en risueña y encantada lontananza, manos de ángeles te abrían las puertas de un paraíso donde la felicidad te aguardaba y en que ibas difundir la divina luz de tus virtudes y los dones más preciosos de tus gracias. Soñabas con la dicha y creías alcanzarla porque amabas; mes jay! sin reparar en que la flor que aromara el aire con sus fragancias deliciosas se doblega ba marchita otro día, ni que la abigarrada mariposa, símbolo vivo de la inconstancia y fragilidaci humanas, abandona ba una para acariciar otra. Pobre amiga. cuánto nos engañan los deseos, y como es amarga al par que dulce la última hora del placer!
Ayer ibas, coronada la casta frente en blancas flores, sonriente y confiada, a inmolar tu alma pura, tu corazón sencillo un ídolo indigno de tu culto. Hoy llevas ensangrentado el seno y el alma adolorida. La ingratitud te ha herido: harto me lo dicen la tristísima expresión de tus ojos y la doliente sonrisa que vaga por tus labios. Mas ¿qué importa?
Nunca tu grande alma caiga abatida por la pasajera tempestad de una pasión. Deja la soledad, que hace más lóbrega la noche de tus penas, y vive. La copa de la vida no está llena de ajenjo sino para el que mide la grandeza ajena por la pequeñez propia. La vida sólo es dolor perenne y quejido constante y continuo sollozo para aquel que no ha sabido levantar su espíritu, por ver desde cumbres los fines de ella, ni arrebatar al mal sus armas, ni dirigir sus propios sencimientos al bien, blanco éste que debemos enderezar todas las fuerzas del espíritu, todos los impulsos del corazón. El placer pasa y el dolor pasa también, veces sin dejar rastros en el alma, dejando veces enfermo el corazón.
La virtud no consiste en la resignación que el cobarde proclama: no, que la virtud estriba en algo más noble y digno del corazón humano, es decir, en esforzarnos de continuo por rechazar la desgracia y conservar sin mancha el alma y sin sombras la conciencia. Por qué llorar sobre las cenizas de los placeres difuntos cuando aún se agita con todas las palpitaciones de la juventud el corazón. Por qué los labios que consuelan y alientan al que desfallece han de elevar al cielo el treno desgarrador del que mira huír la dicha. y con ella la existencia. Ni qué sentarnos en el estercolero de nuestras miserias demandar al cielo la causa de nuestros dolores y desgracias. La acción, he aquí lo glorioso, lo heroico del vivir. No preguntemos por qué viene clavarse en nuestro pecho una saeta, que supuesto que la vida es lucha, hagamos de la virtud escudo y fortaleza y miremos tan sólo al santuario de nuestra conciencia: en él se refleja el bien y en él se refleja el mal. luego, sobre los mares irritados, sobre todos los infortunios, sobre los laureles 2598

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