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tamos tan to prome pena, gún purga yo. Yo digo. comienza uno en que hay que creer reventar. Yo no creo en el cadejos, pero en los espantos sí, porque los he visto y voy contarles dónde.
El año pasado, por el mes de otubre, me fui trabajar Nuestro Amo y cuando iba en la propia cruzada de Juan Cascante, donde hay una casucha de zinc sentí uun tufe muy feo. Era ya muy pasada la media para las siete y me dí prisa por pasar ligero aquel lugar tan sólido. Apenas había caminado unas varas oí que me llamaban y yo que vuelvo ispiar y voy viendo tamaño pantasma blanco que se movía, mismamente como el humo qne sale de esa paila. qué hiciste. Pues, hombré, quise juir, pero sentí trabazón en las corvas y diónde que podia moverme.
Después le vcí la cara, arrugada, con los ojos saltados y amarillos y moviendo mucho las manos, Me se fué acercando, acercando, y yo quise sacar la cutacha, pero las manos estaban como ese garrote. Como estoy ispiando acá así estaba lo que era y, saben qué me dijo que estaba en pena todavía, que debía una promesa y que si yo la quería hacer me decía dónde estaba enterrada una gran mochila de plata.
Yo nada le pude icir porque estaba trabao; de la cerca, aunque me costó mucho, corté dos palos para hacer una cruz; hombré, ni por esa se fué el confisgao; inqué, le recé unas letanías y me dijo que con eso iba seguir penando, que le dijera si hacía la promesa no. Le pregunté, pero qué me costó, por la clasia de promesa, y me dijo que era llevar una gran piedra en la cabeza de Alajuela Cartago. Ni por los diablos dije yo si quiere otra cosa, bueno, pero eso sí que no. quién se va aguantar esa vaina. Pues, hombre, como pude saqué la media de guaro de las alforjas y me la sampé; poco ví un humarascal y olli un gran ruidal, y cuando aclaró ¿saben dónde estaba? pues en el propio bajo, junto a la tranquera de mano Sisclo. histo apar mas dive los pend cuer be en a pres trai pes viej enti jug chc este 11 na de y 26. 46

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