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La rosa roja Lloraba un joven porque su amada le había ofrecido que corres, pondería su amor si acertaba encontrar para ella, una rosa color carmín: y como era invierno, y en país septentrional, los jardines esta ban helados. Un ruiseñor, oyó los dolientes ayes del jóven enamorado, y abandonando su abrigado nido, atravesó el bosque, llegó un verjel.
se posó sobre un rosal, y le dijo. Dame una rosa roja y te cantaré mis más melodiosas canciones.
El rosal sacudiendo la cabeza repuso. Mis rosas son blancas como la espuma del torrente y la nieve de los Alpes.
El pájaro, entristecido. voló otro rosal lizo la misma petición, que fué contestada con estas palabras: Mis rosas son amarillas como los cabellos de las sirenas, como los pétalos del narciso y las facetas del topacio: anda hablar con mi hermano. el rosal que forece bajo la ventana del enamorado joven que te ha contado sus cuitas.
Expúsole su pretensión al ruiseñor, y el rosal le contestó: Rojas eran mis rosas, pero el huracán las destrozó y el hielo penetró en mis venas: ya no tendré flores en todo el año. Necesito una rosa, una sola. Hay un medio, dijo el rosal, pero es tan cruel, que no me atrevo proponerlo.
Habla. que no soy medroso.
Si quieres una rosa color de fuego, debes formarla con notas musicales a la luz da la luna y teñirla con tu sangre. Tendrás que cantar para mí toda la noche reclinado en mis espinas; éstas liarán brotar la sangre de tu corazón, y al caer en mis venas nacerá la rosa.
Pacto cerrado, Cuando asomó la luna su pálida faz, el ruiseñor se escondió en el rosal, y apoyándose en las espinas cantó toda la noche el nacimiento del amor en el alma de una bella pareja humana.
Al brillar la auro a, brotó una encantadora rosa, que al principio era blanca, pero que al acercarse más el ruiseñor las espinas, y al derramar su sangre. la rosa se coloreó como las pudorosas mejillas de una virgen al recibir el primer beso de su amante. El pajarillo se desallgraba cantando al amor triunfante por el sacrificio coronado por la muerte, al amor que no se extinge ni en la tumba; y el apasionado joven pudo ofrecer a su amada, en pleno invierno, antes de que se inventaran las estufas, una rosa color de sangre.
Oscar Wilde 2654
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