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ra.
un último sacrificio y perdió. Perdió aún. entonces vinieron para ella dias de locura.
Pasaron dos años, y una mañana se aparece en su cuarto un hombre, Era su marido Vengo buscarte, le dijo. Después de huir de aquí, he trabajado empeñosamente y he restaurado lo que teníamos. Es preciso perdonarnos mutuamente y partir.
La pobre mujer, fundida en lágrimas, se levantó de su lecho, y corrió hacia una cuna, y tomando entre sus manos una criatura gritó. No podemos partir. Hay entre nosotros dos algo que nos sepaEste ángel tiene un año de edad.
El villano se abalanzó sobre ella y la abofeteó. En seguida partió para no volver.
Como esta historia hay muchas en Monte Carlo. Sobre ellas pasa el silencio. Apenas si un hotelero tiene el valor de contarlas sus huéspedes, a la hora del café. menudo veo pararse de las mesas de juego, individuos que han perdido cien, doscientos mil francos. Llegaron a su asiento con un pequeño paquete de doscientos billetes azules y se retiran sin ninguno. No se ve en sus rostros un solo gesto de desesperación. En Monte Carlo, nadie, ni el más nervioso de los jugadores, deja entrever sus sensaciones de juego.
Al verles partir, me pregunto: Ese hombre se va matar. Le van encontrar mañana derribado sobre un banco al pie de una palmera?
Muchos de esos hombres van simplemente tomar el tren. Parten, llegan a su casa y se ponen a la tarea de recomponer su fortuna. La vida se muestra siempre grata con los seres que quieren ganar el dinero por medio del trabajo. Al cabo de cierto tiempo su bienestar está rehecho. Estos hombres son juiciosos, son valientes, no tienen la cobardía de renunciar la esperanza. Tienen la presunción de que los días, los años, ablandan lus dolores, consuelan las desesperaciones y se entregan confiados al tiempo.
Otros van a materse. Son los que con el último louis perdieron la razón. Si hubieran conservado un resto de juicio y de valor habrían aguardado el consuelo, el reparo de la vida. Habrían visto acaso nuevos días felices, habrían llegado a la dicha que soñaban buscando nuevos senderos.
Habrían sido honrados y buenos ciudadanos del país del trabajo. Habrían ahorrado a los suyos muchas lágrimas y muchos dolores.
Entre tanto, su gesto airado no ha vengado su desdicha. Nadie se ha estremecido ante el. Sobre su cabeza destrozada siguen flotando las ambiciones ciegas de los hombres. Sobre su sangre seguirán pasando las mismas brisas, los mismos rumores de música, las mismas carcajadas de los mundanos. todo ha cambiado. En todas las almas la veleidosa ambición seguirá entonando su infinito, su eterna y engañosa canción de oro.
Mont Calm 267. o documento es propiedad de la Bzioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.
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