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Puerto Limón Una ciudad formada ayer Si alguna vez se le ocurriera la Compañía del ferrocarril al Atlántico nombrarme administrador gerente de esta empresa, lo que es tan fácil como que de un momento a otro me hagan pontífice romano, la primera reforma que habría de establecer sería la de cambiar el horario de salida del tren ordinario de Limón. las seis de la mañana en punto haría soltar los frenos al tren de pasajeros para el interior, con el piadoso fin de obligar a los que lleguen del extranjero en los vapores que casi diariamente arriban aquel puerto, permanecer allí siquiera un día, para que no nos vengan después con la solfa de que pasaron por la ciudad de Limón y no la conocieron. téngase en cuenta que sin que la empresa del ferrocarril perdiera nada con la reforma que tengo en cartera para cuando me llegue el turno, ganarían mucho los hoteles del puerto y los restaurantes, cantinas, almacenes, tiendas y otros establecimientos que tienen comercio de menos viso, o menos visible, amén de que los viajeros mismos venidos de extranjeras playas, se refocilarían al verse sueltos en esa ciudad hermosa, donde, mediante el sacrificio de algunos colones, encuentran mucho bueno de cuanto puede exigir las gentes voluptosas o formales el caprichoso deseo.
Para que el día se aproveche como es debido, ofrézcome a servir, por una vez, de cicerone los distinguidos viajeros.
Supongo que vienen hastiados de la sopa dulce y el café salado con que han sostenido bordo la penosa vida, y que desdeñando esas pócimas repugnantes y acres el día en que el pito del vapor anuncia la hora de la libertad, prefieren tomar en tierra un desayuno aromático y suculento. No es preciso esperar mucho. Muy temprano el vapor atraca uno de los amplios muelles, y una vez que el médico de sanidad los ha declarado ustedes exentos de avería microbiana, toman sus equipajes y nos plantamos en uno de los magníficos hoteles de la ciudad, dejarnos cuidar como en nuestra propia casa, y paladear, con el rico bizcocho que se deshace en la boca, aquellas tazas de nuestro café incomparable, cuyo grato sabor deleita el paladar y alegra el corazón.
En seguida vamos pasear un poco para aprovechar la mañana, antes de que «el rubicundo Apolo» deje caer sobre nosotros. como dardos encendidos, sus cabellos de oro; porque han de saber ustedes que estamos en una costa de los trópicos. No les asuste esta noticia: en Limón no liay mosquitos, porque la excesiva limpieza debida al cuerpo de higiene los ha destruído, y no hay, por consiguiente, fiebre amarilla, que es el espanto natural de los extranjeros.
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