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uno se dice Castilla y trae el castillo de oro en campo de gules, otro se dice León y trae un león de púrpura en campo argenteo, otro se dice Aragón y trae cuatro bastones de roscicler en campo de oro, otro se dice Navarra y trae un marro alquerque de cadenas de oro en campo sanguino; ellos son los representantes de los reinos de Isabel y de Fernando, ellos los reunidos por la politica de los soberanos que alcanzaron una corona más en las Indias.
Los cuatro representantes de la monarquía española custodian la caja de plomo cubierta por vistoso manto real en la que yace un puñado de polvo consagrado por la gloria y respetado por el tiempo.
En aquella catedral poblada de cristos y de santos coloreados, en la catedral de la semana santa legendaria y en la nave iluminada por los alegres rayos del sol sevillano, el monumento de Mélida no desentona, es un himno la raza castellana que muestra al mundo como su más preciado trofeo el genio de su hijo adoptivo, Pero Colón que pertenece a todas las razas, Colón héroe de la voluntad, Colón vidente y santo del siglo XV, exige una tumba de grandiosa sencillez, algo semejante a las que concibieron los artistas de la primera época del Renacimiento italiano para sus principes, guerreros y prelados, una estatua yacente, dormida para siempre, uno de esos mármoles luminosos de inspiración, que en la media luz de una capilla austera realizan la transfiguración de la vida mezquina en la inmortalidad del arte.
Las tumbas de los Papas en San Pedro de Roma con sus grandes figuras y sus gestos teatrales, la capilla de los Médicis erigida en Florencia, gloria de Miguel Angel, ei monolito que guarda los despojos de Napoleón en la cripta de los Inválidos o aquellos sombrios recintos del Panteón de París en que están sepultados un gran pensador y un gran poeta, que personificaron sus siglos, son lecciones singulares de humildad para el orgullo de nuestra especie.
La urna cineraria de Colón, a pesar de la incertidumbre sugerida sobre la autenticidad de los despojos allí guardados, incertidumbre que serviría al sombr. o Hamlet que dormita en toda imaginación humana para burlarse una vez más de las recompensas de ultratumba, para reir de los espejismos de la gloria, esa urna decimos, que los pueblos de América deberían visitar en cruzadas como el más sagrado de sus cultos, tuvo para nosotros un resplandor celeste, una palabra profundamente religiosa, superior a las que el espíritu del gran guerrero, del artista y del santo nos dijeron al oído y que sólo podría ser superada por la armonia inefable de nuestras creencias evocadas ante la piedra tumular y el sepulcro abierto y luminoso de Jerusalem.
Alejandro Alvarado Quirós 2745

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