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Cariarí Amanecía: insomne y calenturiento, Colón, el viejo de grandeza tanta que su época no pudo comprender, recostado la borda de su carabela, miraba pensativo el horizonte, y en el horizonte el surgir de entre las brumas de la negra, inmensa, interminable faja de aquel continente que parecía no acabarse jamás. Allí en aquella tierra veía él, al través de su imaginación, ocultos en las peñas los tesoros, fluyendo en los ríos las arenas de oro y creciendo en los bosques misteriosos los árboles que habían de dar las especias los unos, arras y sutiles pócimas los otros y esencias maravillosas los demás; y entre aquellas regiones umbrías se figuraba el bullir de mil razas extrañas y batalladoras, devorándose las unas las otras en pavorosas contiendas, las almas carcomidas por la impiedad y la idolatría ignorantes del dominio espiritual del Vicario de Dios en la tierra y de la grandeza de los cristianísimos y muy poderosos Rey y Reina de España, para cuyo señorío y mayor gloria había él descubierto tantas maravillas. Mexico.
Plazuela de Puenavista Era un domingo dieciocho de setiembre del año de mil quinientos dos: la marinería llena de fatiga pedía descanso después de las azarozas Monumento de Colón en México refriegas del Cabo Gracias a Dios y del río Desastre, y Colón bien comprendía que merecían y necesitaban el descanso tanto elios como él y como su hijo, quien la ardentia tropical de aquella eterna primavera mantenía en alarmante postración.
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