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Su hijo, he aquí lo que para aquella alma noble y envejecida constituía todo en el mundo. Gloria, cariño, ambición. En los grandes hombres todo es grande, grande la fe, grande la sinceridad, grande la limpieza del alma, grande la verdad y grandes los afectos; todo en ellos reviste proporciones mayores que los hace insensiblemente sobresalir y formarse una aureola pri mero y un culto después.
Tan grande era el cariño de Colón para sus hijos que confiesa en sus escritos que en este cuarto viaje, verdadero viacrucis de todos los dolores, los que con más intensidad acicateaban su alma eran los de haberse hecho acompañar por uno de sus hijos y el no saber si para éste y para el que en España quedaba tendría algo que dejarles al morir. descansar, pues, buscar en aquella playa que tan hermosa se oá frecía, sosiego para tantos cuerpos angustiados y enfermos. El Almirante ordenó la maniobra y las carabelas con suave y regocijado viraje fueron en requerimiento de la cercana rada; allá un puerto de fácil acceso, cerca un río de linfas puras y rumorosas y al frente una isleta cubierta de altivas palmeras y bordada por las espumas blanquísimas del Caribe inquieto y juguetón.
Echada el áncora y recogido el destrozado velamen, quedaron las carabelas meciéndose suavemente sobre las aguas verdes del piélago, y aquel aire puro, aquel terral henchido de suaves esencias que dilataba los pulmones, parecía junto con la hermosura casi fantástica del paisaje, levantar los ánimos abatidos, llevar confortación a las almas, y hálitos de esperanza a los corazones que parecían haberla perdido toda.
Muchos días pasaron el Almirante y su gente en aquel puerto que se llamaba Cariarí Cariay y que lleva hoy el nombre de Limón y es asiento de una de las ciudades más florecientes y prósperas de Costa Rica; muchos días que fueron de grato descanso y noble esparcimiento, atendidos siempre con gentil solicitud por los indios que parecían empeñados en hacer amable la vida aquel anciano de cabellos blancos y ojos tristes, en cuya faz tan intensa huella habían impreso los dolores, los quebrantos y los desengaños. entonces, al sentirse tan extrañamente agasajado por aquellos salvajes de pic cobriza que no sabían quién era él ni cuáles sus méritos ni cuánta su gloria, sentía Coión renovársele los dolores de los ultrajes recibidos de aquel ciego iracundo caballero de Calatrava don Francisco de Bobadilla que lo mandó prender y encadenar, y de la negra traición de aquel Espinosa que se prestó voluntariamente ponerle los grilletes, que más fueron testimonio de la ingenitud humana que muestra de su baldón; y aun cuando la historia acudía mil veces su memoria con los ejemplos del martirologio de la grandeza y de la gloria, Colón no podía explicarse la inmensa y terca cegue.
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