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dad de los suyos, que lo llamaron loco cuando la expedición fué un proyecto, que lo trataban como criminal cuando su proyecto fué una hermosa realidad y que no pensaban en que toda la energía de su vida, todos los esfuerzos, todos los estudios, todos los sacrificios y desvelos los había él dedicado á aquella empresa, afrontando las burlas de la ignorancia y la susceptibilidad iracunda de la ortodoxia y que, sin embargo, no sabía si al regresar a España tendría un mendrugo que comer y una cama en que morir el Almirante Virrey de las Indias: esa duda era el premio de su gloria.
Los indios de Cariay ofrecieron Colón cuanto tenían: las mantas toscas con grande esfuerzo labradas, los espejos de oro, los ídolos de piedra, las hachas y las flechas y hasta las doncellas más hermosas de la tribu; y cuando su hermano resolvió bajar tierra, los patriarcas cariareños hicieron de sus brazos una litera, lo internaron en sus dominios, lo hicieron reposar en la yerba suave y renovaron el homenaje y los ofrecimientos, devolviéndole cuanto de manos de Colón y los e pañoles habían recibido.
Días después el Almirante siguió su rumbo; su temperamento no le permitía el descanso, su elemento era la lucha y en la lucha siguió con el mar, que indómito batía las carabelas, con los marineros inclinados siempre la rebelión, con los indios de Jamaica, que querían hacerlo morir de hambre, y con el Gobernador de la Española, que ningún auxilio quiso prestarle en el durísimo trance en que se hallaba; y siempre en ese éxodo de dolor y de angustia, henchía su alma como un hálito bienhechor de dulzura y de consuelo, el recuerdo de Cariay y e la noble acogida que sus nativos le dispensaron.
Costa Rica recordará siempre con orgullo que en su suelo encontró unos días de bienestar el descubridor de la América, para quien la vida fué una serie de etapas de dolor, y recordará también que quieres dieron acogida paternal y cariñosa al Almirante, fueron aquellos caribes nobles y hospitalarios en la paz, pero tan altivos y heroicos en defensa de su libertad que el poderío español sólo pudo decir que era dueño del territorio cuando en él no quedó un hombre capaz de tomar las armas: no cuando faltaron el esfuerzo y el valor, sino cuando faltó la vida.
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