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de al qué la re, rude de ioto amorosa esquela el día y hora de la cita, como para obligarlo no faltar ella, y hasta le incluía el menú, que había dispuesto en el que figuraba un consabido pastel de fresas que él era muy aficionado.
La desventurada misiva llegó manos de Amira, quien como mujer, curiosa, más aún en el caso concreto, la abrió y. leyó.
Pasado el primer momento de natural estupor, Amira se sereno: y como esa tarde, nunca había recibido con más agasajos su esposo, insinuándole la vez el deseo que tenía de oír la Wilson, que cantaría esa noche en uno de los teatros de la ciudad. El e manifestó que casualmente iba anunciarle que esa noche tenía que despachar un correo extraordinario para Suramérica, y por lo tanto estaría afuera hasta las 11 12. Por fin se convino en que él la dejaría en el palco de una familia amiga, mientras quedaba libre de sus quehaceres.
Amira insinuó el deseo de ir esa noche con algunas de las prendas de su canastilla de boda que él sacó obediente de un armario. las ligas les faltaban dos centímetros y al corsé el doble, para desempeñar sus funciones: era preciso ampliarlos. Ves, Carlos? dijo ella tratando de ponerse una liga en su pierna fina y escultural, cuyo diminuto pié descansa ba sobre un cojín de damasco rojo.
El lincó una rodilla y antes de ajustar el broche besó aquel pié que bien cabía en el cáliz de una iosa.
Mira, mira. no te lo decía? dijo Amira ajustándose el corsé, y riendo con un tono picaresco y rebosante de felicidad. Oh, sí, hermosa mía. es un hecho. Qué felicidad! replicó Carlos besando a su esposa y acabando él la operación emprendida por ella, quien extremando su natural pudor y con un mohín de la más pura y refinada coquetería volvió el radiante rostro. Con que hoy me ves hermosa?
Siempre lo has sido. Amira mía! y ahora más que nunca interrumpió Carlos colmándola de caricias y besando aquella boca de grana, palpitante de amor y de ventura.
to, arna ra as. de ciSu na la un isissa de ad 011 Or de iamen era Amira siguió su tocado, como una locuela, alegre y bulliciosa.
De pie frente al espejo, arreglándose la abundosa cabellera castaña que era un prodigio, ondulando sobre su espalda desnuda. decía Carlos con ademanes graciosamente cómicos y sentenciosos. Cuidado, mi don Juan!
Yo sé que tú eres un insigne bribón, y vine de mi casa para ponerte raya, porque allá supe muchas cositas tuyas. Cuidadito con distraerte en otra parte esta noche. se acercaba su alelado compañero dándole golpecitos con un peine, para enseguida a tuzarle el mostacho, pasán.
dole luego la esponja con polvos perfumados. Yo quiero que esta noche vayas muy buen mozo; otro cuello. otra corbata. ésta está bien. Los puños están ajados. Quita las gemelas! Mira, grandísimo picarón. te olvidarás de mí apenas me dejes en el teatro? Yo lo sabré. tengo un espíritu que me cuenta todo lo que tú haces. Amira siguió prodigando delicadas caricias Carlos, quien cada momento iba perdiendo la razón con los donaires y voluptuosidades de su amante compañera.
De repente, ella, escaneiada ya la copa de la voluptuosidad, dijo Carlos: ca, 112771
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