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La Balanza Para Páginas Ilustradas Daban las doce en los relojes de la ciudad de. capital de una República antillana. por el ventanillo, pequeño y estrecho como una banda, cruzado por gruesas barras de hierro, entraba un raro de sol tropical como cinta de luz, sin disipar las sombras en la capillita de los sentenciados muerte.
Allí estaba congelada la noche eterna Afuera el brillante día!
con la alegría de la vida. su egoísmo indiferencia El interior de la capilla, como umbral de la muerte estaba cubierto en toda su extensión con fúnebres paños. el ra o de sol, uniforme y tranquilo como viviente ironía del destino, dividía la gran mancha negra.
Allá todo era sombras.
Aquí, en este lado. dos cirios encendidos interrumpían débilmente la oscuridad. Con sus llamas azuladas y temblorosas alumbraban un hermoso crucifijo, puesto allí desde el tiempo de la conquista y ennegrecido por el tiempo.
La luz de las inquietas llamas de los cirios al oscilar recorría el cuerpo del Redentor, dándole tonos de sombra y luz, que producían en él.
la ilusión de movimientos en espasmos dolorosos Por momentos, la herida del costado izquierdo se ahondaba con la sombra, mientras un reflejo de luz más vivo, brillaba en las gotas de sangre con apariencias de vitalidad, prontas correr Un hombre, al parecer joven, sentado junto und mesa apoyaba en ella la cabeza ocultando el rostro entre las manos. Dormido pare.
cía. Ah! no dormía.
en aquel momento odiaba el sueño como precursor de la muerte. El pensamienSeñorita Marina Fernández Fot. Paynter Bros.
to muy despierto meditaba en su pasado, en su presente y sobre todo, en las circunstancias que lo condenaban a vivir su último día. Los hombres. en nombre de una ley sin conciencia, sin derecho. olvidando aquellas sublimes palabras. no matarás. del filósofo de los siglos, lo obligaban dejar bruscamente la vida, cuando la plenitud de ella enseñoreábase con más vigor de su sér.
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