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S: crimen debía ser castigado con otro crimen mayor, para satisfecer, no se qué bárbara y sangrienta justicia vindicta pública y otras cosas más. la sociedad. quien le pide cuenta? Ella queda tranquila. sin profundizar su responsabilidad ante la vida quitada a un hombre. Todo esto pensaba el preso. él quería vivir. vivir de cualquier modo: este deseo ard ente y tenaz, lo llenaba de ansias infinitus Se encontraba tan cobarde entonces, que con asombro pensaba en su otra personalidad, y en el que había matado en un momento de ciega cólera. Maldecía por egoísmo aquel momento. Su instinto de conservación, renegaba del honor según opinion de los hombres; disfraz. con que ocultan su vanidad y el temor al ridículo.
Volvía a repasar la escena trágica, y la fatal casualidad que lo había hecho volver del campo la ciudad. Qué tenía que hacer en ella?
Nada. Aquella noche, un impulso extraño lo llevó a su casa: cerca de ella llegaron sus oídos los acordes de una guitarra con dejos de voluptuosidad y dulzuras de cariño. Al ritmo de la música, se unía una voz varonil, trémula de ternura, alzábase en el silencio de la noche clara y vibrante, entonando la ainorosa canción. Oh, niña hermosa y gentil, sé que existe un imposible que es imposible salvar.
y por eso yo te quiero, yo te adoro mucho más. Estos acentos habían estremecido su alma. La sosnecha leve como sombra que hacía un tiempo anidara en su mente, tomaba forma precisa en aquel momento: dentro de su sér, desatóse tempestad de rabia en todo su furor. Mas, sin perder su presencia de ánimo miró lo largo de la calle. estaba solitaria. avanzó cauteloso. Un romántico cuadro se ofreció su vista. La luna espléndida y con serena majestad llegaba al zenit del antillano cielo. Una onda de luz cayó sobre la gentil cabeza de una silueta femenina, que palpitante y reclinada en el balcón, miraba al pie de él, extasiada, al joven cantor. él, el esposo burlado, seguro de su venganza. llegó a espaldas del feliz amante. Ellos, olvidados del mundo, embebidos en sí mismos, sentían la vida entre las garras de la muerte que los asechaba. El se acercó aún más Recordó que entonces sonrisa fría como el plomo mortal, erró por sus labios al pensar en el terrible despertar de ellos. Llevó las manos su cintura y sacó el revólver (que todo antillano lleva. extendis lentamente el brazo buscando seguro itio donde her de muerte y. disparó. Un doloroso grito de liombre cruzó el espacio, al que respondió un grito angustioso de mujer. Cesó bruscamente la guitarra y las cuerdas rotas. saltaron con ronco gemido, y se oyó la caída de un cuerpo rebotando contra el suelo. La luna, tomó tono sangriento y alumbró con rojo colorido la tragedia consumada.
Después los vecinos abrieron sus puertas, opéronse voces y pasos precipitados. é, loco de terror quiso huir, pero al llegar al fin de la calle, las serenos le cerraban el paso, la fuga era imposible: pronto fué desarmado y conducido a la detención.
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