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Disertación leida el 17 de octubre de 1907 en el Ateneo de Costa Rica por su autor el señor don Rafael Iglesias Señor Presidente, señoras, estimables colegas del Ateneo, señores: Al ocupar esta tribuna, muéveme en primer término el deseo de corres.
ponder la benévola solicitud de los señores directores de este centro, vivamente interesados en arrancar nuestras facultades, grandes pequeñas, pero uni.
formemente bien inspiradas en favor del país y sus destinos, cuanto ellas puedan dar en capacidad, ilustración y experiencia, aplicable al bien social, que es de este centro primordial objeto.
El tema escogido para la presente conferencia es muy vasto y tan complejo que en su análisis estriba precisamente la mayor dificultad para tratarlo.
Vengo a ocuparme de él con el auxilio principal de la observación y la experiená cia y movido únicamente por el deseo de contribuir en lo que pueda mejorar la condición de nuestra juventud.
Señores: Al formarse el Universo por prodigiosa labor de seis etapas sucesivas, que, no por grandes pequeñas en la extensión de su tiempo, fueron menos divinas por su grandeza, completó el Dios creador la obra de su ingénita sabiduría imponiendo al mundo las leyes del progreso en la propia heterogeneidad de su existencia. hecho así el mundo material y las leyes fisicas que lo gobiernan, su divino autor, embelesado ante su misma obra, sintió que la amaba, se posesionó de ella hizo al hombre a su imagen y semejanza, llamándole, casi como El, el rey de la creación; y así formó el mundo moral, vivificando, desde ese primer momento, la materialidad de todo lo creado.
El bíblico idilio del Paraíso fué el primer destello de amor, la sonrisa primera que animó la creación; y el mandato de Dios, al expulsar su criatura de aquel celestial jardín de la inefable dicha y del placer, la ley que consagró el íntimo consorcio de la naturaleza y del hombre, el trabajo: el trabajo animado por el sentimiento y sustentado por la vida. Nacer y sentir; vivir y amar: he aquí las primeras manifestaciones instintivas del hombre en su doble concepción fisica y moral, y el trabajo, como necesidad imperiosa, la primera fuerza que imprimió movimiento progresivo al sentimiento y la vida; y como consecuencia de todo esto, la ley del progreso humano emprendiendo su marcha, triunfadora siempre a través de los tiempos y de las edades; generalizando su accion, ya sobre el espíriru, ya sobre la materia sobre ambos la vez, en las intimas correlaciones de la ciencia y del arte y en las múltiples aplicaciones a la industria y al comercio. es en ese proceso, interminable para el destino humano, donde se han sucedido unas en pos de otras las generaciones, cuyo origen se pierde en la penumbra de los siglos en el misterio de los mundos, con capacidades, tendencias y costumbres tan varias y tan opuestas veces que apenas si ha podido concebirse que obedezcan un común principio de existencia y tiendan un mismo fin; y esas generaciones, ahora animadas por el instinto de la primera edad, ahora movidas al poderoso infiujo de sus necesidades, ya levantadas al 2832

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