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de es le de ve al 11: ri nd das las fuentes de la vida. Vosotras valéis mucho más porque sois buenas que porque sois bellas, y no hay obras de artista alguno que puedan compararse en hermosura con las que llama un catecismo de la doctrina cristiana. ese libro, el más humilde de todos. las obras de misericordia: esas son las verdaderas cúspides de la vida: lo más elevado y lo más bello que puede pensarse y que puede realizarse en el mundo.
Levantar al caído, consolar al triste, dar arrimo quien lo ha de menester: la poesía no tiene sueños de mayor altura: en esa esfera de las emociones de las ideas lo humano llega al colmo de su grandeza.
Emancipar esclavos, hacer hogar al huérfano, ir tras el desvalido que vaga en la noche del desamparo y traerlo al calor de la hospitalidad.
preparar para el enfermo el lecho del alivio, tomar la mano que estaba fría y calentarla entre las nuestras, abrir para los ciegos de la ignorancia la escuela de primeras letras, honrar al trabajador humilde, acordarse de que los que sufren son nuestros hermanos y hacérselos sentir: eso quiere decir el cristianismo: la paz del mundo, eso reconocemos al colocar sobre los tronos de nuestra soberbia la cruz del Gólgota; eso es lo que hace veinte siglos pugna, por una parte, con la hipocresía y la religión de la forma, por otra, con la concupiscencia y con la ira: eso es lo que la bora, para que la familia humana esparcida sobre el planeta, se una al cabo bajo la cúpula del cielo, en el concierto de la amistad definitiva, de la excelcitud del trabajo honrado, del imperio de la razón sobre las pasiones. Este teatro es, por ello, ahora un templo: el del acercamiento humano, el de la mansedumbre, el de la mano extendida hacia el que implora, el de los corazones abiertos al llamamiento de la pena, el de la fraternidad humana, el de la piedad: eso y la pureza adoráis, en esencia, vosotras, cuando en la media luz de la capilla levantáis el pensamiento lo alto, llamando María rosa del cielo, consuelo de los afligidos, madre inmaculada y reina de los pecadores.
Tengo la dicha de no ser de los que miran con aversión con antipatía raza ni grupo alguno de los hombres. Puedo repetir con sinceridad perfecta la frase memorable del escritor latino acerca del asunto.
Ello no estorba que por español me tenga, y si el azar de las disputas políticas ha roto en pedazos la familia, en cuanto a la ficción. que ello no es otra cosa, en el fondo, de lo que se llama las nacionalidades. la voz de la naturaleza, más poderosa que todas las ficciones, me llama, con llamamiento ineludible, las dichas y los dolores de la casa. Por eso no era posible que guardara silencio en este acto, en el que venimos decir. Oh España! aquí estamos, aquí nos tienes, no socorrerte de ve.
ras, que tanto no alcanzamos, sino a tomar nuestra parte de tu pena, hacer nuestro también tu quebranto, comulgar contigo en la santa comunión de la tristeza; que sepas que en tu mitad de la América, todo corazón generoso quiere impartir calorá tus manos ateridas, que en toda ella tiene eco el dolor de tus madres tristes y de tus huérfanos de solados: que ella daría con entusiasmo todas las flores de sus pensiles inmensos para cubrir las tumbas de tus muertos. Bien sé que no alcanzo decir lo que todos quisierais: digalo el latido de tanto pecho de ángel, el fulgor de tanta mirada estelar que aquí palpita o brilla: digalo la música con su lengua, por inarticulada, precisamente, más que toda humana palabra poderosa; un pueblo entero, de los que tú sembraste de este lado del mar, te envía, no de corte corte, como hace la diplomacia, si no de corazón corazón, el mensaje de simpatía de ternura que a tu pena corresponde. El re la muerto. se decía en la antigua monarquía francesa al exaltar al trono el nuevo soberano, iviva el Rey!
En España se muere hoy de dolor: señoras y señores. Viva España!
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