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primavera, orgullosa de si misma despliega sus radiantes y espléndidas galas, porque la primavera es el espejo de la infancia, de esa edad preciosa en que se gozan, bajo la influencia del materno regazo, delicias inefables, de esa edad en la cual no hay un pesar que dure un momento, ni infortunio que pase de un segundo, ni amargura que no se dulcifique en el instante ;oh, edad bendita!
Dirigid vuestra vista en lontananza. Observáis cuán pintoresco es el paisaje? En medio de una inmensa Hanura alfombrado de césped extiende su ancha y argentada cinta un límpido arroyo entre dos guirnaldas de aromáticas flores. Encantador es el cuadro, pero lo es más todavía ia pequeña figura que en él se destaca. Es una niña: vedla con ia abundosa cabellera desprendida, la cual roza el céfiro en ligeras ondulaciones, mirad cual corre veloz, presurosa, agitada por la alegría y entusiasmo tras las fugitivas y versátiles mariposas, de hermosos cambiantes, menos bellos que los colores de sus castas y rientes ilusioQué atmósfera la circunda de pureza, candor inocencia!
Cuán rodeada de atractivos se haya la criatura al empezar trillar con su pequeña planta la senda de la vida: Todo se detiene ante su paso: la melancólica tórtola la arrulla dulcemente, los pájaros le ofrecen desde la verde enramada trinos enamorados, los cuales al confundirse con el murmullo de la cristalina fuente forman un concierto de arpas pulsadas por serafines. La naturaleza toda saluda la infancia con su elocuente y poético lenguaje. Mas, ay! esta edad desaparece pronto para no volver jamás. los tranquilos sueños de la niña suceden los delirios de la adolescente. Una mañana despierta llena de emociones, ignora cuanto pasa en ella, el corazón le palpita con fuerza inusitada, el jardín le enoja, los prados le hastian, las mariposas no la divierten; y es que su alma se ha dilatado, y ya no está satisfecha con el amor del céfiro y las brisas, siente de una manera imperiosa la necesidad de otro amor. Busca la soledad de su cuarto, y allí se apercibe de la sed de amor en que está abrasada; sufren una lucha sus ideas, sostiene un fuerte combate entre el rubor y la pasión, quiere huir de un algo que la espanta: pero en vano, el destino le ha gritado: tu amarás. Dirige una mirada a su corazón y se encuentra con la imagen de un hombre gravada en él. Habrá hecho buena eleción?
Alcanzará la dicha?. Ay, cuantos ideales han muerto en botón!
No abramos la página de María del inmortal Isaacs, que pueden corroborarlo tristemente.
De la esposa surge la madre de familia, mas esto forma un capítulo aparte, como ya he dicho. Adelanto, sí, unas palabras: las que escribi mis hermanos cuando dejó de ser aquella santa mujer que me dió la existencia: Las madres. tente, pluma y no te empeñes en expresar lo inexpresable; que lo que es una madre, el corazón lo siente, pero la palabra humana no lo exNada es eterno en esta vida perecedera. La ancianidad con su cohorte de achaques y recuerdos tristes, ya llega. La abuelita sentada en su sillón, hace el tejido y ratos sus ojos apagados se animan contemplando las graciosas cacabecitas de sus nietos. Son partículas de miel que Dios, Soberano Bien, ha puesto en el acíbar de la existencia.
Los cabellos blancos de la viejecita circundan cual nimbo de plata su frente rugosa. Felices, sí, muy felices, aquellas que al llegar al epilogo de esta trágica jornada, la vida, pueden contemplar sin rubor sus canas, no manchadas por el pecado.
plica.
Carlos Olavarria San José, 1907. Continuari)
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