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Mendiga Para Panas Ilustradas ¡Pobre mujer, condenada a vivir en la oscugidad de la más espantosa miseria! Su cuerpo livido y flaco, lo cubren a pedazos pringosos y nauseabundos, andrajos que despiden acre y picante liedor de muladar: los cabellos, aborrascados en maraña impenetrable, danle aspecte de aparición espéctrica; el rostro veteado con grasientos colores, es inmundicia donde brillan dos ojillos de serpiente. sin embargo, esta mendiga, esta semibestia, este entomísero yanónimo, echiado del seno de la comunidad de los hombres, y constreñido pesar de ello, implorar su compasión para poder vivir, la amado, acaso lia pensado, tal vez sueña.
Recostada una pared, pedía limosna en la calle, mientras su hijo jugaba en medio del arroyo. El infeliz. canijo y macilento, manchado de cieno, y del todo desnudo, corría y chillaba con alegria de falderilio, descansa ba un poco en el inmundo regazo materno: chupa ba el pecho, un pecho flácido, y bronceado como el de una momia, y seguía luego corriendo.
Contraste singular el que ofrecían estos dos seres: el uno era la desgracia con sus ascosas miseries; el otro la felicidad con sus placeres nerviosos; aquél la noche, envuelta en el velo de sus tinieblas y reposo; este, la aurora, bella aún rodeada de mubarrones tempestuosos. cada caricia liistérica de la madre, cada palabra mimosa que salía de su boca, cada sonrisa del hijo, fulgurábanie los ojos con la reverberación de un astroemoribundo, el rostro de la mendiga se animaba y hasta los pingajos churrientos que a medias cubrían su cuerpo participaban de la inefable claridad.
Madre e hijo, dualidad augusta que trasunta el cielo aun en la mórbida somnolencia y los trágicos horrores de la vida!
Las grandes miserias son las miserias anónimas, las que se nutren con sus propias entrañas, se beben sus propias lágrimas, y al desaparecer no dejan siquiera una memoria, ni arrancan naoie un sollozo de conmiseración, ni un suspiro de ternura.
Cuando la mendiga alzó la mano, una mano sucia que parecía una araña, se quitó el pedazo de sombrero que llevaba, murmuró entre dientes y en tono lastimoso no se qué palabras, y me pidió una limosna; dolorosa impresión agitó amargamente mi alma. Tenía hambre y pedía para comer: la sociedad no le ofrecía medio alguno para ganarse la vida y envuelta en su abigarrado manto, de arlequín, pasa ba ante ella indiferente, haciendo sonar culi sarcástica ironía su gorra de cascabeles.
Le arrojé una moneda, le dije palabras de esperanza y de consue90. y me alejé pensando: he alí un hombre que será útil nocivo, según que mano generosa pervertida deposite en su cerebro los gérmenes del bien los del mal.
Cuando la madre muera, cá dónde irá ese bohemio en flor sobre las olas del inundo?
La caridad veces no es más que un aspecto de la sórdida hipocresía con que los liombres pretenden engañarse mutuamente. Ah, Cristo! volviera ellátigo de fuego de tus cóleras trágicas desgarrar las espaldas de todos los que mercan con la humanidad del proCuando volví la vista la mendiga me mostraba a su hijo con el dedo.
Pedro Montesinos 2891 letario.

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