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Cartas Carricarte rai de ino ar, nas ian ia.
Querido compañero: Le escribo, en la fe extrema de que mis palabras llenas de amarguras y protestas, de que mis gotas de ajenjo y lágrimas de sangre vertidas de un corazon azotado por la lucha desigual de una humanidad desequilibrada, encontrarán en el compañero bondadoso, un eco armonioso, una aprobación de jubilo, un grito de aliento, un cariño halagador que me satisfaga, porque en medio de tanta amargura y tanta pena del vivir, mi alma es grande y gusta de los grandes dolores. Mi alma no es vulgar y vive como el ndor, a donde la azoten las tempestades. Mi alma no es de fraile ni de Juez de Paz: es alma de luchador y fustigador! No amo los rezos de convento: me subyugan los gritos de combate! Así vivo contento: en esa eterna lucha: desafiándolo todo, provocándolo todo Yo llevo en mi alma atribulada, todas las protestas de una juventud llena de vigores. Me siento fuerte para la lucha, y miro la arena ensangrentada; miro al cielo; y el azul sereno de los días de mi niñez está nublado por una atmósfera corrompida que embriaga hasta la muerte. Miro mi alrededor, y no veo más que rostros hipócritas, hombres abyectos hasta la bajeza, almas en asfixia, seres en agonía que se retuercen en medio del fanal humano.
Los buenos son muy raros. Yo he ido con Diógenes traves desierto social, con una lámpara que me ilumine un rostro franco, una alma grande y luchadora, un ser que grite y que proteste, y al vivo resplandor de una linterna apenas si han aparecido los señalados por la manifestaci oculta de los buenos acobardados, temerosos. Yo he ido como Diógenes y he vuelto como él: con tristeza en el alma, agobiado y triste Inmensamente triste!
Hlusos hay muchos. Luchadores de verdad muy pocos.
Veo a los hombres congregarse, y dudo de la estabilidad, de la armonia, de la realidad. El hombre en su primitiva sociedad, luchó contra su misma sangre, combatió contra sus mismos hijos. La familia de hoy lucha también: ja sociedad de hoy lucha también. Todos luchan, se descarnan asechándose de guarida guarida, como las fieras salvajes de las selvas virgenes. Por eso voy solo atravesando el desierto; por eso mi alma impresionada canta un salmo de duelo a la hora del crepúsculo, y se vigoriza luego con los ardores de mi sangre nueva. Por eso siento la tristeza del que ve agonizar una raza agobiada por la inercia y por la bondad del mal; por eso, en el silencio de las altas horas me abstraigo horrorosamente y penetro con los nervios en tensi in al abismo húmedo y siniestro, ese abismo en tinieblas en donde vaga la Humanidad atolondrada, para gritar. Los hombres buenos, decidme: para vivir, para ser grandes, jeuál es vuestra huella triunfal. un eco horroroso venido de la profundidad húmeda me contesta: El mal salgo de ahí con alientos para la lucha y la protesta, y me veo solo, enteramente solo. Foaquín Barrionuevo Limón. R, 2911
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