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Cartas Carricarte Para Páginas Ilustradas.
mensa Puerto Limón, diciembre de 1907.
Estimado Carricarte: He salido de la ciudad al campo, y en él, he gozado de las impresiones de un mundo nuevo. Iba en busca de la selva. Iba pasar un día de los raros, y la suerte me protegió: llegué al dintel de la selva, y un torrente de armonias desatóse en medio de la soledad aquella. Las brisas retozonas mecieron el follaje, y un himno raro y sugestivo surgió de la enramada. Un himno lleno de encantos, nacido de la grandeza, de lo inmenso, de lo salvaje. el sol, como una tea de formidable luz, baño con sus rayos en medio de aplausos y armonías aquel palacio encantado de las hadas. Las fuentes silenciosas templaron sus liras de cristal, y, a través de la selva oyóse un canto tan blando y armonioso, como si un coro de ángeles rozara sus alas cristalinas, y cantaran al oído cosas muy bellas y muy llenas de armonías. Y los torrentes y cascadas dijeron a la selva en el tumbo de sus aguas, cómo la expansión más grande se desborda en el concierto de la naturaleza húmeda y llena de vigores Las ondas de sus aguas copiaron en pintorescos espejismos las orquídeas que pendían como ilusiones, de las ramas ya al caer de los árboles enfermos.
a alfombra del alcázar en fiesta los albores del día. el sol alegre proclamado rey de la fiesta bañó con su luz la inEntré en la selva, y mi alma se sintió más grande en medio del follaje espeso y verde de aquella armoniosa soledad!
Penetré en la espesura con ansias de escudriño, con ansias de poseer una alma bastante artista y elocuente para poder así cantar tanta belleza, tanta grandeza escondida en las entrañas de la selva alegre, de aquella selva inmensamente alegre. seguí caminando absorto y contraído, y luego, reposé sobre el inmenso dorso de un roble ya en ruinas!
La brisa seguía soplando y las flores despidiendo sus perfumes mecíanse placenteras como si las animara el ambiente lleno de deliciosa frescura, ese aire impregnado de toda la jovialidad luchadora y fuerte que guardan los follajes debajo de su toldo enmarañado.
Cansado por la fatiga de mi pensamiento que en peregrinación angustiosa caminaba por la inmensa región de aquella selva, bajé la vista, cuando las aves cantoras alzaban al cielo el himno de sus cantos; cantos tristes que se perdian entre las brisas y el murmullo de las hojas; cantos llenos de una melancolía embriagadora, incomprensible. el bramar lejano de las fuentes y cascadas llegó más claro mis oídos.
La noche se acercaba, y al punto que la sombra cubrió el boscaje verde, las luciérnagas, estrellas errantes de los bosques, encendieron sus misteriosas lamparillas la fiesta continuaba alegre y grandiosa. Levanté la vista, y en el onbligo del inmenso roble ya en ruinas sobre el que reposaba, ví, solitario indiferente a un hermoso hongo cubierto de algas y de tierra, y una inmensa tristeza embargó mi alma impresionada, y entonces pensé cuando salía de la selva alegre: En los torneos del arte, en las luchas de la inteligencia y de la vida. cuántos viejos viven como el hongo condenado a vivir en el ombligo del inmenso roble en ruinas.
Aquí tiene, amigo Carricarte, mis impresiones de aquel día de campo.
Algo tristes, algo románticas, me diria un indifernte: pero ellas son vida y verdad: Con los afectos de su compañero, Foaquin Barrionuevo 2964
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