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Pric ro tiene entrañas Padas Gastón Deligne maquiavélico el general Leoncio. No había leído El Principe a; porque desde que se emancipó de la férula del maesto de jaba en otra escritura que su correspondencia disolata y una que sostenía su secretario con los amigos de la causa: pero su alme aa un muladar de pasiones mal aconsejadas que le tenían el corazón vacío y estéril y le llevaba de la mano hartarlas por vías de perdición. La política no tiene entrañas decía sacando relucir todo el utbiliario a cabeza y se lanzaba inmoralidades inconsecuencias por él y para él. Patria. convicciones. ami. greso. su entender nada eran; cuando más, medios de lieger a su fin que era mandar siempre, tener mucho dinero, corromper muchas mujeres. Después de cada iniquidad, con repetir su estribillo se creía justificado. lo que son las cosas. Esto era muy repugnante; pero había en Puerto Plata grupos que celebraban las fechorías del cacique, pancistas con el cerebro y el corazón en el estómago, que decían amén todo, con tal de recoger algunos desperdicios de la orgía.
El pueblo comienza por insultar la oposición honrada, llamando virtud la indiferencia; pero los buenos burgueses, si miran de reojo al que por independiente amenaza su quietud, llegan hasta exponer el pellejo cuando la actividad se permite bromas con sus faltriqueras. Quien hiere a un conservador en el bolsillo le transforma en radical, y el general Leoncio se permitía hacerlo cuando estuvieron exhaustas las cajas del Estado. luego la añadidura de que no dejaban honra sana con la lengua con los hechos.
Principio alborotarse la colmena, y la juventud encontró apoyo.
Cuando le hablaban de descontento popular al general Leoncio se enfurecía con los oposicionistas. Si estaba de buen humor contaba el apólogo del buey, el águila y los mosquitos, que había aprendido para el caso. Este era un buey decía que estaba en la sabana, muy tranquilo rumiando el pajón. Una nube de mosquitos le cubría de arriba a abajo; pero él no se inquietaba: seguía rumia que rumia, sin dar un mugido. Un águila que andaba de caballero volante por esas tierras se acercó y le dijo: Amigo buey, los mosquitos te tienen flaco. quieres que los espante. No le contestó él. Déjalos que ya esos están llenos y si vuelan los reemplazan los hambrientos. El pueblo es el buey añadía el general Leoncio. Está contento. Ese zumbido es de los mosquitos flacos.
El cielo encapotado, oscura la noche; por los patios y galerías de la casa del gobernador traginaban los esbirros; recibían órdenes secretas y 2958

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