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nte partían. Al pasar, los rayos de la luz escapados por las prer hacían brillar las armas como ojos de tigre en las tinieblas.
Hacia el fondo de la casa, en retirado sagradas imágenes, oraba la esposa del tirano: gen misericordiosa, traedme mi hijo. He oido palabra LOS tetdidos esa pobre juventud patriota. Mi hijo es jos. 10 ellos. Por qué tarda. Dios omnipotente, Virgen craedme mi hijo. Esta es noche de peligros y de duelo. Que esté en na da. Que se salven todos; que se salve mi hijo. start Suena la media noche. Rayos como espadas de atraviesan las pavorosas tinieblas. Présagos coléricos de la arrebatada tan con la palidez de la muerte lo que va ser objeto de su. El furor de los elementos se desencadena con estrépito horroroso; pero le asorda y domina el furor de los hombres apasionados. Las descargas rasgan laos.
curidad alumbrando exterminio; estallan los bronces vomitando metralla asoladora, y el agua del cielo se enrojece con la lluvia de sangre de los patriotas generosos, víctimas del engaño. El general Leoncio preside la matanza. La destrucción le excita. Como un genio satánico, medida que diezma las filas de imberbes crece su ansia de matar. Ahí traen un prisionero le dicen. Que no se haga prisioneros. contesta Que lo acaben! se oyó el chal cha! cha! de las bayonetas al enterrarse en el cuerpo de aquel joven.
Acabado el degüello, avanza el general Leoncio y da un grito de desesperación cuando un relámpago le permite ver el rostro del bayonetado.
Amanece. Todavía sólo entra por las ventanas luz muy tenue de la aurora. La sangre que empapa las calles se confunde todavía con el oscuro apisonado. En la alcoba de la esposa del tirano, sobre las blancas telas del lecho, yace agujerado, con encajes de sangre las heridas, el cadáver del hijo, que alumbran cuatro cirios. La madre arrodillada, con un brazo bajo el cuello del adolescente, apoya sus labios sobre la fría boca del muerto, como si quisiera inyectarle nueva vida. Lívida, como el cadáver, no llora, no se queja, no articula una palabra.
Entró el general Leoncio y se queda inmóvil, contemplando su obra filicida. Sintió horror, y quiso retirarse; pero la madre, volviéndose él y señalándole el muerto, le dijo. Míralo. Tenías razón: La política no tiene entrañas.
Gosé Ramón López (República Dominicana)
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