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Dió una nueva capa de polvos su rostro para tapar las pecas, aquellas pecas que eran su tormento; coloreó sus mejillas y con su paso firme y aristocrático se dirigió a la sala donde Matilde, su hermana, ricamente vestida, esperaba ya la llegada del médico que aquel domingo, como todos, comía en la casa.
Matilde miró a su hermana y, bien porque estuviera de mal modo o porque le hiciera daño la elegancia de aquélla, le dijo con tono irónico mientras que por sus ojos pasaba fugitivo rayo de cólera. Qué elegante! ni que esperaras al novio ¡Quien sabe. repuso aquélla y su vez la miró y en su boca delgada la sonrisa irónica fué aún más significativa. Matilde sintió que una ola de sangre golpeaba su cerebro y levantándose fué arreglar maquinalmente un mueble mal puesto mientras decia con acento vibramente de cólera. Sí, no soy ciega; bien veo que tú y, Gabriel se entienden. Bien; y qué? Te pesa? No eres buena hermana; Gabriel es un magnifico partido y debias alegrarte de que yo tuviera tal su rte; y yo debo hacer todo lo posible porque no me deje el tren; ya tú estás en la otra orilla, y aunque Carlos es un salvaje, es rico y te da cuanto deseas. Por qué sientes que yo me case? Matilde por toda respuesta se acercó ella y silvó esta sola palabra Coqueta! Mercedes era colérica: levantó la voz que resonó hueca en la lujosa estancia. Coqueta yo? tú, si; lo sientes, ya lo creo; no has de sentirlo, y por qué? Confórmate con el imbécil de tu marido y gasta en algo mejor el dinero que en regalar alfileres de brillantes. Lo gasto en lo que me da la gana y y en comprarte lujo ti, mal agradecida. Bueno, yo te pagaré en buena moneda; déjame casar para librarme del ridículo de quedar solterona y luego.
no creas que estoy enamorada, el tal Gabriel es tonto de capirote, pero cuan do se hace tarde, no se puede escoger. Coqueta. repitió su hermana y acercándose más alla la dijo casi en el rostro. Coqueta mal agradecida, tú sabes bien, que yo vivo con el. Mercedes adelantó un paso, fué responder, pero un ruído de algo que al caer se hace pedazos la hizo volver al lado de donde venia el ruido. En un ángulo de la estancia, en la penumbra y casi oculta por unas palmeras enanas que crecian en lujosos tiestos, Damiana, la sirviente estaba inmóvil con un pequeño plumero en la mano y la vista baja contemplando los fragmentos de porcelana sus pies. Matilde se dirigió ella y dejó estallar su cólera. Reparó en el daño: una preciosa Venus de la más rica porcelana, yacia hecha pedazos en el suelo, y cerca de sus despojos, el pequeño Cupido que tenia en sus brazos, decapitado y trunco, y más allá, una de sus manecitas sugetaba una fecha, mientras el carcaj adherido su cuerpo sonrosado rodo por otro lado. Matilde rechazó los pedazos con el pié y se desató en denuestos contra la brutalidad de la criada que escuchaba aquel aluvión en silencio siempre con la vista baja, pero con una sonrisa enigmática y traviesa. Ella sabia bien que su ama no sentia la estatua, sino que se hubiera bien enterado de la conversación y sonreía sólo de pensar que aquella tarde, cuando el amo al volver de la oficina la abrazara como todas las tardes, pues ella sólo encontraba siempre en el zaguán, porque la señora estaba en el tocador, andaba en el comercio, o tenía visitas siempre; pensaba qué cara pondria el buen señor aquella tarde cuando ella le contase la escena de las hermanas, pero no pudo lograr su intento: la señora se enojó tanto por su estatuita quebrada quela despidió de momento sin aceptar excusas.
Mercedes se caso con el médico. Después de la ceremonia (que fue suntuosa, que apadrinaron Matilde y su esposo) Matilde hubo de retirarse porque hacía varios dias, con el tragin de los preparativos de la boda se sentia enferma; al menos esto dijo a una de las invitadas qne la oía berevólamente, aunque su sonrisa era un tanto maliciosa.
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