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Cierta mañana Koralia se iba sin mi, se iba con sas padres para el campo; volver, pero quizá muy tarde: cuanbo pasaran las vaquerias. Nos despedimos y. qué negarlo. lloré mucho, la abracé, la. la besé, le dije muchas cosas; ella, me miró triste, gimió, puso sus manecitas sobre mis hombros y. no dijo nada. Koralia, el idolo de mi primer amor, era muda, oh!
demasiado muda. Oh! placer: Koralia volvió, al fin, y vino con Sirenea. Queriamos entrañablemente esta simpática vieja, criada al servicio de mis padres.
Desde entonces ella fué el parapeto de nuestras travesuras y el blanco de mis pesadas chanzas. Yo me suspendia del cuello de Sirenea cual de la rama de un guayabo, hasta que le hacia doblegar la cabeza, su respetable cabeza cuajada de cabellos rucios. Me trepaba sobre sus lomos, le daba con los talones aguijándola como caballo y ofrecía mi mano Koralia para que subiera también.
Así, seguido de Koralia, salia muchas veces al jardín, caballero en la anciana Sirenet, gozándome de introducirle pajillas en los oídos para verla sacudirse. sacudirse no más, porque la muy sufrida no corcoveaba, como lo hubiera hecho de seguro, mi vaballito castaño: no, nunca se disgustaba: tenía buena indole y era como Kora ia, noble y fina.
Pero, muy natural, por cierto la pobre resbalaba inconscientemente al impulso de mis inquietudes y yo, rödando entonces, caía cuan largo, mas asido siempre de su abundosa cabellera blanca. Esto como los nervios de mi amiguita, me hacía reir también, y reía carcajada suelta; Sirenea permanecía indiferente, impasible: era, como mi encantadoia midita, singularmente seria, talvez un poco más.
Otras veces nos entreteniamos jugando con su cola, porque Sirenea, original en todo, usaba siempre una de aquellas larguísima, NO obstante nuestras bromas, amábamos mucho Sirenea, mi mansa Sirenea como le decia yo sardoni amente alla parecía preferirnos entre todos los de casa, siendo ésto, quizás, la razón de sus inagotables complacencias.
Por eso fué tanto lo que sufrim el dia de la separación. Koralia y yo nos ausentábamos, dejardo aquella en el pueblo al servicio de mi tío. Abracé Sirenea y le je un adios más amargo de lo que era capaz mi corazón de niño, tan afectuoso. como ella se lo merecia; Koralia le hizo mil caricias, no podía más. Sirenea. 10 ros miró siquiera. no me respondió: era sordomuda!
Yo llamé Koralia.
Sirenea, nuestra simpática anciana, se moria en el pueblo.
Koralia y yo corrimos.
La empinada colina de nu, stro umbral campestre, pequeña llanura que su pic se abre, la altiplanicie con su frondoso guayabal y la bosquecina vega del río. todo quedó atrás en una hora. hubimos de correr mucho para llegar casa de mi tio tan sudorosos y jadeantes aunque miento, porque, cosa singular, Koralia no sudaba como yo. Sirenea. Oh. profunda decepción. La tal Sirenea. yo no sé pintar un desengaño!
Sólo sé que mi familia conserva aún el soberbio manojo de sus cabellos rucios muita blanca de mi hermano que aquel triste día lloré amargamente abrazado al cadáver de la yeKoralia, mi amigulla predilecta, mi inseparable mudita. lanzó un ronco y larguísimo anllido de pesar. Era, de las de casa y caza, la mejor y más estimada perra. Era el idolo de mi primer amor.
Omar de Penha 2988
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