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Conferencia ieida por el socio señor don Elias Leiva, profesor de Geografia Historia, sobre un viaje a la región del General, Térraba y Boruca.
SERORAS SEÑORES: Al hacer uso de la palabra en este cultísimo centro de la intelectualidad costarricense, no voy a abordar ningún problema de importancia social científica de esos que a menudo suelen ocupar con justicia vuestra atención: no voy regalaros tampoco con una de esas brillantes producciones que han amenizado y amenizarán en lo futuro las veladas del ATENEO. Ajeno como soy las labores de imaginación, no encontraréis en el curso de mi trabajo las flores con que se engalana el pensamiento cuando se cristaliza en el humano verbo: profano como soy en el culto de lo bello no podría presentaros otras bellezas que las que ofrece la parte del suelo costarricense que habré de describiros.
SENORES: Hay una región del territorio de Costa Rica que permanece ignorada aún por la mayor parte de vosotros, hay allí una naturaleza que no ha sido jamás contemplada por el ojo del artista, una tierra de promisión que sólo se conoce de oídas y que espera todavía al nuevo Moisés que ha de conducir ella las corrientes de la inmigración nacional. Hay una población que aún se mantiene libre de las concupiscencias que engendra nuestra vida en las luchas por el dinero y el poder, una población que se mantiene como ejemplo vivo del vigor de una raza casi extinguida y bastante menospreciada por los que han olvidado la historia de nuestros orígenes, raza, en fin, que conserva como en su germen el tesoro de muchas virtudes que ostentamos nosotros con orgullo en la fidelidad de nuestras esposas, en la simpatia de nuestras damas y en la sencillez casi patriarcal de nuestros campesinos.
La región que me refiero se ha comenzado estudiar científicamente por algunos profesores extranjeros al servicio de Costa Rica, y se conoce con los nombres de El General, Buenos Aires, Térraba y Boruca.
Para facilitarme la tarea, he de trasmitiros mis impresiones personales sobre una excursión realizada aquellos lugares en los meses de enero y febrero del año que está corriendo.
Al realizar ese viaje no me eran ignorados los muchos peligros que se expone el viajero al internarse en los senderos de las montañas; tampoco me eran desconocidos el ciclo de sus leyendas, las supersticiones espeluznantes con que la fantasía popular ha rodeado al Cerro de La Muerte, las dificultades para el transporte de comestibles y vivienda y los rigores de un clima que no tiene parecido con la eterna primavera de que disfrutamos en el valle de San José.
Pero contaba de antemano con el entusiasmo perseverante de unos cuantos jóvenes, los de la Sociedad de Excursionistas de San José, que conmigo hicieron aquel viaje. Siempre he tenido la mayor confianza en los esfuerzos de la juven.
tud, la cual, por razones de mi oficio, tengo ligado mi destino desde hace algunos años, y debo declarar en honor la verdad, que de esta vez mis esperanzas no fueron defraudadas por los desalientos del ánimo los desfalleci.
mientos del valor.
Habíamos salido de San José en una madrugada del mes de enero; habiamos llegado al pintoresco pueblecito de Santa Maria que se halla aprisiona.
do en el corazón de las montañas de Dota y penetrado en una región seguramente poco conocida por vosotros y que será objeto de mi descripc ón en los capítulos siguientes.
Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica 2999

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