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de acuerdo. Yo, que también me precio de militar pundonoroso, lejos de sentir remordimientos, creo que cumplo un patriótico deber haciendo lo posible por cambiar el actual estado de cosas que, convendrá no es muy halagüeño. No hay discusión, ni es ocasión de que la establezeamos. Una pregunta final. es probláble la lucha. No lo creo; pero en todo caso será muy breve, pues casi puedo asegurarle que una vez iniciado el movimiento, la mayor parte, si no todos los demás cuerpos de la guarnición nos secundarán.
Tiene mi coronel, algo más que mandarme?
Nada, porque es innecesario recomendarle la prudencia y reserva, ahí tienen ustedes como el comandante Almendares se vió comprometido en un movimiento que todos sabemos cómo y por qué fracaso; teniendo, el pobr don Vicente y otros compañeros que ganar la frontera de Portugal donde vivió cnmo Dios le diố entender, hasta que un indulto le permitió regresar a España, aunque con su carrera perdida. Ya en Madrid, y gracias a mil empeños y recomendaciones, pudo conseguir una modesta colocación en una oficina particular, muriendo los tres años consumido por una afección moral que tenía todos los caracteres del remordimiento. Consuelo tería entonces doce años.
Que no fue muy agradable la situación en que quedaron doña Clara y su hija, es cosa que se adivina sin necesidad de decirlo. La pobre viuda, que estaba dotada de un carácter entero, y la hija, ya acostumbrada pobrezas y privaciones, se agarraron la aguja y bien que mal fueron viviendo. En esa época fue cuando yo las conocí y supe cuanto acabo de contarles; y aunque no con frecuencia seguí tratándolas y hasta contribuyendo, indirectamente, a que no les faltara trabajo, amén de, tal cual vez, algún auxílio extraordinario.
Consuelo creció y se desarrolló y cojan VV. cualquier novela de esas en que el autor echa mano de todos los símiles y metáforas, hiperboles y exageraciones para describir la belleza de una mujer, júntendo todo y apliquenlo Consuelo, con tal de que esas descripciones se refieran una morena, pues morena y muy salada e a la joven. Yo me concreto decir que realmente era una muchacha bonitísima, considerada físicamente, y muy derecha en el sentido de rectitud de carácter.
Ya había cumplido los diez y ocho años cuando se dio cuenta de que en la vecindad existía quien e había entrado por el ojo derecho. En el piso tercero de la casa en que vivían, doña Clara y su hija, estaba instalada una casa de huéspedes y en ella habitaba, en clase de tal, Antonio Valcarcel cuya filiación y estado civil eran los siguientes: elad veinte y tres años; estado, soltero; prendas físicas muy aceptables; carácter formal con vistas melancólico, sin padre, ni madre, ni perro que le ladrase. Posición Social: oficial segundo de la clase de cuartos en el Ministerio de Fomento con el haber anual de dos mil pesetas, salvo el descuento legal sí que aplastante.
Consuelo y Antonio se vieron, se hablaron, se entendieron y obtenido el consentimiento de doña Clara, que viéndose ya viejecilla sólo aspiraba a colocar a su hija, resolvieron casarse en cuanto algunos ahorros inverosímiles les permitieran sufragar los indispensables gastos del solemne acto.
Pleno idilio doméstico nocturno al rededor de la mesa, sazonado con las puntadas de las mujeres y las plumadas del joven que haciendo copias se procuraba un ingreso extraordinario de destinaba integro al capítulo de gastos sacramentales. Idilio bucólico los domingos, si el tiempo no lo impedia, en la casa de campo, en los viveros en la pradera, en cualquier otro sitio de los que no abundan por las cercanias de la coronada villa. Tranquilidad presente y en el horizonte de los ensueños, la felicidad ardientemente deseada. Continuará)
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